Luces rojas (Capítulo III)

Han mantenido la mirada, como si se tratase de una especie de competición para ver quien es capaz de aguantar más tiempo. Aunque ella no sabe bien si lo ha hecho por mostrarle que es fuerte y que no le teme, o porque se ha quedado hechizada con ese par de ojos color miel.

-¿Qué haces aquí?- Será él quien rompa la competición, será él el primero en mirar al suelo de nuevo, y será él el primero en hablar.

Por primera vez en su vida, estará nerviosa sin saber qué decir o cómo actuar.

-¿No piensas responderme?
-Yo… Yo no sé como he llegado aquí, ahora trataba de salir.
-Pues vas mal encaminada, si sigues hacia allá sólo encontrarás más arbustos y al final un muro. Y en cuanto a colarte en un cementerio que está muy lejos de la ciudad por error…
-Supongo que sería mucho pedir que no hicieras preguntas.

Él la miró con extrañeza, pero cumplió ese favor y no le preguntó nada, le tendió la mano para poder guiarla hacia la salida. Ella al principio se quedó largo rato observando aquella mano llena de heridas y marcas, marcas de un trabajo duro. La mano que la guiaría a la salida, y que le daría algo de calor a la suya que estaba congelada por completo. El trayecto será más corto de lo que creía, y el silencio mucho más largo de lo que hubiera querido.
Pero no llegarán a la entrada del cementerio, si no a una pequeña casa. Él atará al perro junto a un árbol próximo, soltándola de la mano pero retomándola de nuevo para conducirla hasta el interior de la pequeña casa.
Ella se pone nerviosa porque cree que se ha dejado conducir demasiado, no entiende porque la está llevando a la que se supone es su casa.

-Siéntate-Le ordenará cuando hayan entrado, acercándose a un cazo que seguramente contendría algo caliente que tomar.
Observará minuciosamente la casa, es más pequeña de lo que parece por fuera. Muy pobre, sólo tiene una silla, donde ella está sentada, una mesa, una camastro y una pequeña cocina. Ni siquiera un armario, un solo baúl que parece lo más valioso de todo lo que allí había.

Le ofrecerá lo que parece una jarra de latón llena de un caldo amarillento. Lo mirará con algo de repugnancia.
-Es sopa, de lo que me sobró de la cena. Pensé que te apetecería algo caliente antes de marcharte, puesto que tus manos estaban más que congeladas.

Entonces le parecerá menos repugnante, menos repulsivo y asqueroso, y lo beberá de un solo sorbo. Sin duda todo lo que él hacía lo hacía con buena fe, a pesar de su tosquedad y brusquedad, seguramente debida a su escaso trato con los vivos. Debía ser el enterrador y vigilante de aquel lugar, alguien solitario.

-Creo que he de irme- Quería llegar a una hora temprana y ya había terminado de salir el Sol por completo. Se levantará y antes de haber alcanzado la puerta un “no” y una cogida por el brazo.

-No te marches aún, espera que sea un poco más tarde, que la mala gente de la noche haya terminado de recogerse.
-Yo soy la mala gente y debo regresar antes de ser cazada.
-¿Cazada?
-Ya te dije que sin explicaciones, es más fácil para mí y también para ti.
-Si has robado o matado a alguien puede que pertenezcas a la mala gente, pero de lo contrario, ni siquiera se puede dudar de que no eres una buena persona.
Se han vuelto a mirar a los ojos, y esta vez ha habido algo más profundo. Ella ya no está nerviosa y ya no se preocupa por la hora que es. Él deja de ser una persona insensible y bruta.

-Te lo digo de verdad, si no me voy ya será demasiado tarde. Tal vez pueda esperar hasta mañana, pero entonces debería pasar otra noche fuera y mi cuerpo ya está resentido.

-Permíteme entonces que te acompañe allá donde debas ir, o quédate aquí a pasar la próxima noche.

Ahora se daba cuenta que era aún más bello de lo que lo había visto la primera vez. Por eso mismo no quiere meterlo en sus líos. De pronto, sin mediar palabra, echa a correr, como ya hizo para huir de aquel lujoso carruaje. Y como pasó la otra vez, el sorprendido no tendrá apenas ni tiempo para pedir explicaciones o para echar a correr tras ella, puesto que ningún cerebro es capaz de procesar esa información en esos instantes, y menos un cerebro que ha dejado de funcionar para dejar paso a que actúe el corazón…

Así se quedó, paralizado. Ahora que su cuerpo empieza a entender un poco de todo aquello, sabe que uno de los dos tiene que actuar con un poco de racionalidad. Sabe que quiere salvarla, pero para ello no basta con correr sin tener un plan en la mente. Y aunque ella ni siquiera se hubiera dado cuenta, él sabía su historia, puede que no con exactitud, incluso puede que se estuviera confundiendo, pero su cara le suena, no sólo eso, le suenan sus gestos, sus formas de actuar, reconoció esa clase de miedo que ella estaba sufriendo en ese instante. Ella no quiere nadie que la rescate, porque cree que ella sola puede con todo y puede que hasta el momento le haya bastado, pero va siendo hora de dejarse ayudar un poco. Y él sabe bien como hacerlo. Y va a hacerlo. La ama. La ama como nunca ha amado nadie. Sí, lleva unas horas enamorado, desde que la vio entrar en el cementerio hasta que por fin se atrevió a acercarse a ella.
Y el amor, siempre hay que salvarlo, por mucho que parezca que no tiene oportunidad ninguna de ser salvado. Va a salvarla, y va a darle lo que necesita. Amor…

Recuerda la última vez que recibió amor. Ella una joven deseosa de cosas nuevas, pero rica e importante, que cómo no, debía casarse con alguien de su misma clase social. Y es que, ¿qué muchacha de buena familia querría terminar casada con el enterrador del cementerio de la ciudad? Un hombre que sólo convivía con los muertos y que por ello carecía de sensibilidad alguna o era incapaz de mantener una conversación sensata con nadie. Él sólo fue un maestro en otras artes, porque aunque careciera de sensibilidad, siempre había quien quisiera algo fuera de lo común, aunque fuese en la cama. Y eso había sido él para aquella joven, alguien fuera de lo común que sólo podía ofrecerle placer y pasión, aunque él se empeñara en ofrecer algo más, aunque se esforzara en cambiar, en demostrarle que si que era capaz de amar y hacer sentir amada, que era totalmente capaz de mostrar sus sentimientos. Sólo había que darle una oportunidad. Y a él nunca se la quisieron dar. Nació sin madre, con un padre aún más bruto que él, que lo único que quiso y pudo enseñarle fue el arte de colocar lápidas sobre muertos. Muertos que seguramente hubieran tendido en vida todo lo que él jamás fue capaz de tener, todo lo que él hubiera deseado. A los que más envidiaba era a aquellos más pobres, aquellos a los que iban a llorarles sus esposas e hijos, porque eso significaba que habían sido amados a pesar de su situación económica. Y él, en silencio, soñaba con su muerte, con que alguien le fuese a echar de menos cuando muriera, porque conocía su final, sabía que terminaría muriendo solo…

PD: En primer lugar, no creí que este blog fuese a funcionar y sin embargo cada día que lo miro me encuentro con una nueva sorpresa, y en segundo lugar, gracias a los que os leéis todo y dejáis un comentario, tampoco creí que la historia fuese a funcionar... =)