Luces rojas (Capítulo I)


Se ha puesto su traje de gala. No es una noche cualquiera. Coge su botecito de colorete. Le ha costado caro, algo que jamás pensó que podría comprar. “Sólo las cualquiera utilizan esa clase de cosas” Esa frase retumba sobre su cabeza como una oscura pesadilla que vuelve del pasado.
Nunca logró entender que tenía de malo aquello, querer sentirse guapa, ser llamativa, gustar a los demás, gustarse a sí misma, y es que ya no llamaban la atención las muchachas de rostro pálido, muchas historias corrían acerca de esas chicas por aquellas calles en las que el miedo era el principal sentimiento.
Realmente, le hubiera gustado ser una de ellas, aunque sólo formara parte de una fantasía, para poder volar cuánto quisiera, lejos muy lejos…

Ahora ya no tiene tiempo para seguir pensando en su niñez, ni en los y tarde para perder el tiempo en tonterías cuando debería estar ya en su lugar habitual. Es demasiado tarde. Tarde para regresar atrás y tarde para seguir pensando en los sueños que la acompañaban.


Lo que hace especial esta noche es el hecho de la visita de numerosos burgueses y gente cercana a las cortes reales de Europa.
Tiene que conseguir encandilar a alguien importante, por lo menos tanto sacrificio tendrá como recompensa vivir entre lujos y sin demasiadas preocupaciones. Ser la cortesana de un noble aseguraba protección, dinero, lujos y algo que no tenía, libertad. Libertad de no estar atada al miedo, ni a las necesidades.

Sabe que lo especial de las chicas de la corte es que han sido elegidas y no se han ido ofreciendo como hacen con el resto de los clientes. Era complicado ser escogida, y más si se trabajaba fuera de un burdel como lo hacía ella, pero sabía que podía lograrlo. Muchas madames se la rifaban, ella sola conseguía más riquezas que todas las chicas de un burdel juntas, pero ella siempre prefirió trabajar por su cuenta, sin que nadie le quitara parte de lo que tenía, para echarla cuando ya fuera vieja sin dejarle nada.

Una vez en la calle se abanica con ahínco, no de forma seductora, quiere ser ella misma, al menos esta vez, que le aprecien por ser ella. Nunca la han querido así, su madre era la primera que trató de cambiar su forma de ser.

La otra chica, la que acaba de empezar, la observa porque quiere aprender de ella. No hace mucho que la ve por esos sitios, seguramente, como ella, busca escapar del hambre y su belleza ha sido lo único que le ha servido de instrumento.
Hambre, que palabra más lejana le resulta ahora que nunca la siente, ahora que disfruta de todos los manjares que existen. Todos menos uno. El amor y lo que ello implica.

Su peor pesadilla era estar sola. De pequeña lo estuvo, nadie la estimó. Su padre murió en una de las muchas guerras que se llevaron a cabo en ese siglo, cuando apenas era ella una niña, y su madre, su madre la culpaba de todos los males de la familia, de su pobreza y de su imposibilidad para volver a casarse con una niña a cuestas. La abuela fue la única que le mostró amor. La pobre ciega le enseñó cuanto sabía, o al menos cuanto su ceguera le permitió mostrarle y supo ver más allá de su belleza externa. Pero muy pronto también la abandonó, sin haberle mostrado todavía todo cuanto hubiera necesitado saber para continuar adelante.
Ahora se pregunta si de verdad ella supo alguna vez amar a alguien, odió a todo el mundo, incluso a los que más quiso, por abandonarla.

¡Que cosas tenía la vida! Piensa en acudir a la niña, porque no es más que eso, y decirle que huya. Huir de lo que ella hubiera querido escapar hace unos años. Sólo quería amar, viajar y volar. Volar como hacía de pequeña, o al menos como lo soñaba.
Cuando por fin se atreve a dirigirle la palabra, sin llegar a pronunciarla, se le acerca un hombre. Allí, junto a la luz roja de su farolillo, una galantería una sonrisa falsa planeada. Y lo demás surge solo, como tantas otras veces… Pero hay algo que no es igual, su mente no está donde debiera, no lo comprende, ¿Por qué ahora? Ahora que tiene la oportunidad de viajar, ser rica…. ¿Y de ser feliz?

Feliz. No había conocido el significado de esa palabra nunca. No sabía lo que era ser feliz, porque cuando pasaba hambre, creía que sería feliz sin ella. Cuando pasaba frío y no tenía donde dormir, creyó que la felicidad residía en tener un techo y una manta con la que abrigarse en las noches más frías. Cuando no se vestía con los ropajes más económicos, los regalados, pensó que sería feliz cuando pudiera comprarse toda la ropa que quisiera, rodearse de joyas de prendas caras, de sedas… Y aún así, no sabía lo que era ser feliz, aquello no le llenaba, aquello no le hacía sentirse bien, no le hacía ser persona, si no un mero trozo de carne que tenía que sacar lo mejor de sí para poder ser comprada. ¿Había sido aquel el mejor camino? ¿Había sido necesario prostituirse para salir de la pobreza? Sabe que de otro modo no hubiera salido de ella, pero al igual que su madre fue feliz una vez, podía haberlo sido ella, sin tener que atarse a todo aquello, sin tener que ser criticada por el resto de los ciudadanos que se consideraban respetables. Sentirse sola ante el peligro, no tener a quien recurrir en ningún momento de angustia, porque estaba ella sola, con su dinero y el poder que ello le otorgaba, pero sola ante el peligro al fin y al cabo. Sola, sin poder llorar sobre el hombro de nadie, sin poder contar todas esas anécdotas graciosas con las que topaba a lo largo de aquellas frías noches. Sola. Tenía apenas veinte años, era la más bella de la ciudad, la que mejor vestía, la más admirada, la más deseada de todas las mujeres, y sin embargo no lograba ser feliz…

Estaba subida en el carruaje de aquel hombre que se le había acercado. Era sin duda un noble importante, alguien realmente cercano a alguno de los reyes. El oro de sus joyas, el carruaje, de lo más caro que podía encontrarse, su manera de hablar y de dar órdenes. Era sin duda alguien que no pasaría desapercibido en ningún lugar. Iba bebido, lo notaba en el olor de su aliento cuando hablaba con ella. No era feo, pero se notaba que no era joven, seguramente quería una mujer junto a él que le hiciera sentir joven de nuevo.

Empieza a costarle respirar, porque no sabe si de verdad quiere seguir adelante.

Entre las risas del noble y las bromas sin gracia, no pudo evitar gritar un “paren”. El conductor del carruaje un tanto desconcertado le hizo caso. Y ella ante la confusión de todos, salió corriendo escuchando unos gritos y blasfemias que cada vez le eran más lejanos… Tuvo suerte y el noble ni siquiera se molestó en seguirla, pues su estado y su edad, no se lo hubieran permitido…
Aunque el estado en que ella se encontraba, tampoco le permitía pensar en qué hacer ahora, a dónde dirigirse. Por tanto sólo le quedaba correr cuanto pudiera, y cuanto más lejano fuese eso mejor le iría. A pesar de que para ello tenga que perder parte de su ropaje, ese tan caro, ese que supuestamente la iba a convertir en una mujer más feliz, al quedársele enganchado en varias ramas de árboles, o en alguna de sus caídas sin importancia y sin rasguños. Ya nada le importa. Pierde el aliento por momentos y no sabe cuánto tiempo más va a aguantar corriendo sin echar la vista atrás, corriendo en la oscuridad sin saber con qué o quién se va a topar. Pero no le queda de otra, y continúa corriendo apenas sin fuerzas ya. Hasta que se crea lo suficientemente alejada, y encuentre algo donde apoyarse, un sitio donde hay un claro que le permite ver la luna llena de esa noche. Va a intentar respirar y a intentar pensar poco a poco, aunque primero debe frenar y tomar un respiro.