Luces rojas (Capítulo II)


Hace frío, mucho frío, es una noche gélida con un viento capaz de helar a cualquiera que se ponga en su camino. Además, ha perdido parte de su ropaje por el camino, tiene los brazos y el escote expuestos al chocante frío.

Ha corrido tanto, que no ya no sabe ni donde está, al principio creyó que se estaba internando en un bosque, pero no fue así. Las lápidas le indicaron pronto que estaba en un viejo cementerio, un cementerio de gente importante, puesto que los pobres, como sus abuela y su padre, eran enterrados sin ningún tipo de lápida o inscripción que mostrara que permanecían allí. Este, sin embargo, estaba lleno de cruces latinas de mármol, de lápidas con apellidos pomposos.
Va a descansar apoyándose en una de ellas, sin mirar el nombre, sin mirar como es la lápida, simplemente va a echar la vista hacia el suelo, mirando sus rasgadas vestiduras, sus zapatos embarrados, su dignidad caída por algún lugar en algún momento que ya no recuerda…

Ya no piensa. ¿Para qué hacerlo? Ya sabe que su vida no es lo que imaginó, ni siquiera eso, no es lo que ella hubiera querido. ¿Querer? ¿Qué es lo que espera ella de la vida, qué es lo que quiere o necesita para ser feliz? De momento cambiar. Cambiarlo todo, quizá lo mejor sea marcharse de la ciudad, empezar de cero en otro lugar, vivir de… ¿de qué? Lo único que sabe hacer es acostarse con hombres ricos a cambio de unas cuantas monedas, nunca ha hecho otra cosa y no sabe si tiene otra clase de habilidades. Ya aprenderá. Ahora sí piensa, piensa con optimismo, piensa que puede ir a mejor, que va a costar, pero que lo va a lograr.
Ya no mira al suelo como si buscara algo, porque su dignidad y su felicidad, lo que estaba perdido, ya lo ha encontrado, lo ha recuperado para empezar de cero, y de la forma más extraña del mundo, así, de pronto, sin pensarlo antes…
Pero ahora tiene que dejar de pensar, y empezar a actuar. Va a ir a su pequeña casa a recoger lo poco que tiene y dinero suficiente para sobrevivir un tiempo. Pero antes debe cuidarse de ser reconocida, puede que el noble al que abandonó en el carruaje haya mandado buscarla, no sabe cuan vengativo puede llegar a ser un hombre que se ha quedado con las ganas de pasar un rato divertido, y más si se trata de uno orgulloso acostumbrado a que todo el mundo obedezca sus órdenes.

Comienza a intentar caminar reproduciendo el camino que ya había echo, pero esa vez a la inversa, recordar el camino que había echo en mitad de la enajenación de su mente era realmente complicado, pero poco a poco iba recordando ciertos puntos por los que ya había pasado aquella noche.

Camina deprisa, quiere llegar al amanecer, en esa hora en la que el pueblo comienza a despertar pero todavía no hay nadie en la calle y la gente de la noche ya está en casa durmiendo, y sobretodo cuando nadie quisiera verse envuelto en el escándalo de detener a una muchacha por haber huido de una noche de lujuria con un hombre casado e importante.

Ya comienza a salir de ese cementerio y encuentra un camino, el que debe seguir, seguramente, cuando de pronto alguien la para a la voz de “alto”. Ahora que ya no notaba el frío de la mañana, comienza a sentirlo, al quebrantársele su aliento, al cortársele el aire que respiraba. Va a girarse poco, no quiere pensar en que ha sido encontrada, es imposible que en aquel lugar haya sido encontrada y tan rápido.

La sorpresa llega cuando se topa con un joven, demasiado joven para la voz tan imponente y grave que tenía, demasiado hermoso y junto a él lo que podría ser un lobo, aunque debe tratarse de uno de esos perros grandes. Él, demasiado sereno como para pensar en ir a llevársela con él y castigarla. No, no es nadie enviado por el noble, pero entonces, ¿quién era ese joven de voz grave, bello y con un enorme perro junto a él?