EL CORAZÓN DEL CIRUJANO (Parte 2)

...El Cirujano...

Treinta y uno de julio otra vez. Otra vez. Cada año había sido un simple día más del caluroso mes, el último de julio, el que marcaba para él el fin de sus vacaciones.Eso había ocurrido este año, porque los anteriores prefería tomarse una quincena en septiembre, lejos del ruido. Pero ahora todo era distinto. Ahora tenía que alejarse del sol que se colaba en las mañanas por la ventana de la habitación número 103, porque la luz de ese lugar era distinta a la de las demás.Aún recuerda como iluminaban los rayos del sol el pelo de su paciente preferida…No relucían igual con otros, no, ella era simplemente especial…Era treinta y uno de julio, y estaba en casa, como casi siempre. Acababa de abrir los ojos, y a lo primero a lo que miró, fue a ese bote con un corazón. Eso era lo primero que veía cada mañana al despertar. Y comenzó a recordar como empezó todo aquello, como empezó a manejar corazones.Acababa de terminar. Había terminado una carrera, una especialidad un MIR, y ya sólo tenía que esperar. Esperar a dejar de ser el nuevo en el hospital, para empezar a ser respetado. Y así sucedió antes de lo que esperaba. Un buen día, a la vuelta de sus vacaciones, empezaron a darle más y más responsabilidades, y comenzó a operar, y comenzó a ser admirado y respetado por todos sus compañeros. Era un gran cardiólogo, un mago, curaba lo incurable, y además entre sus pacientes era querido. Se preocupaba por ellos, era agradable, eso sí, nunca se saltaba la norma que le impusieron el primer día de carrera: “nunca debéis implicaros emocionalmente en ningún caso, bajo ningún concepto, ni siquiera cuando sea un familiar, eso no sólo perjudicaría al paciente, también a vuestra propia carrera.”Pero un día rompió con su propia norma, con la norma que se impuso más que nadie de sus compañeros.Un día de lluvia, ingresó una chica que entró por la puerta de urgencias con una taquicardia, sin poder respirar, muy alterada. Era bella, bellísima, un pelo muy largo, ondulado, que no llegaba a ser negro. Se le veía también una muchacha frágil, delgada, que en otra época debió de ser más bien regordeta, lo decían sus camisetas de varias tallas más grandes, en las que cogerían tres personas como ella. Sus mejillas estaban sonrosadas, más bien iban cogiendo un color morado por la falta de aire, de respiración…Algo tenía aquella chica, que enseguida le enganchó. Quizá fue su alegría, su optimismo. Recordaba con nitidez la primera revisión que le hizo y la conversación que mantuvieron:-No se preocupe doctor, no es la primera vez que me sucede algo así. Pero me afectó más, esta vez estaba sola.- Y, ¿cómo una chica tan joven y guapa como tú estaba sola en plena mañana?- Bueno, en verdad siempre he estado sola. Vine aquí para un nuevo tratamiento. Y… prefiero no hablar de mi pasado, es complicado hacerlo cuando una sólo quiere construir un futuro.Y sin saber por que, pero comenzó a reír. Una risa limpia, clara, que sonaba a música celestial. Y poco a poco se fue enamorando de esa risa, de esas ganas de vivir. Pasó tres meses en el hospital, tres meses en los que ella también se enamoró, en los que se enseñaron el uno al otro millones de cosas, mientras esperaban un corazón nuevo, mientras su corazón, misteriosamente iba mejorando… Hasta que se habló de lo cerca que estaba el nuevo corazón, cerca pero no allí todavía… Y entonces todo falló, un paro cardiaco, una intervención rápida, que no sirvió para nada, porque ella se quedó en la misma cama donde estuvo tanto tiempo tumbada, la misma cama que fue testigo de todos sus besos.Pero para él, la culpa de aquella muerte, inexplicable, era suya y sólo suya. Y entonces lo dejó todo, dejó de operar, dejó de ser alegre y amable con los demás, se metió en su mundo, un mundo del que era dueño su pequeño enemigo, el que flotaba en formol en un tarro gigante en su mesita de noche…