EL CORAZÓN DEL CIRUJANO

…El corazón…

Ahí estaba. Ese corazón, tan pequeño, tan menudito, en un tarro que parecía un recipiente descomunal para albergar algo tan minúsculo.
El formol lo había logrado conservar en perfecto estado, a pesar del tiempo transcurrido, un año.

Un año hacía que se quedó con aquel corazón entre las manos, sin saber que hacer con él. No podía ser transplantado, era débil, muy débil, y la causa de que su dueña ya no volviera a despertarse. Pero era un corazón tan especial, tan pequeño, un corazón que había dado la vida a la mujer más maravillosa que podía haber pisado este mundo, y sin embargo, le falló. Le falló a ella dejando de bombear antes de tiempo, y le falló a él matando lo que más quería…

Recordó los tarros con formol, y aunque cualquier otro le podría haber tomado por un loco, él decidió guardarlo en uno. Ese corazón no merecía ser transplantado, pero tampoco ser desechado, era lo único que le quedaría de ella para siempre, lo único que le recordaría que una vez tuvo un corazón distinto al músculo, un corazón capaz de amar y dar amor, un corazón de esos que pinta los niños pequeños, un corazón de esos que están en las tarjetas bonitas, un corazón que no sólo diera vida, un corazón que la creara.

Y así acabó el corazón, metido en un bote que no le merecía, que ni siquiera era comparable con su tamaño, empapado en formol para que no se echara a perder, para conservar lo que era imposible, una vida, una vida a la que ese mismo corazón quiso poner fin un treinta y uno de julio por la mañana. No dio señales de que fuese a hacerlo ese día, ni siquiera dio señales de que fuese a hacerlo algún día, había vuelto a ser el mismo de siempre, el mismo al menos hasta que llegara otro para sustituirle, quizá por ello, cuando se enteró, decidió dejar de bombear sangre, como venganza…

¡Que locura! Pensar que el corazón podía tener sentimientos, como si fuese una persona. A ella le gustaba hablar así de cada parte de su cuerpo “todas y cada una de mis partes, me componen, me hacen vivir, me duelen si están dañadas, me dan placer… entonces, ¿no crees que tienen derecho a tener una historia propia?” Y entonces él se reía, “estás loca, completamente loca, pero me he enamorado de tu locura, y estás consiguiendo que yo también pierda la cordura”. Miles de veces se repetiría aquella conversación, y miles de veces se darían un tierno beso tras las risas, tras las miradas cómplices, las sonrisas tímidas y la unión de sus manos.

Ella postrada en aquella cama, sin poder apenas moverse, y él de pie, junto a la única persona que había querido de verdad en toda su vida…

Todo eso era cuando aún latía su corazón, cuando todavía quedaban esperanzas, cuando a ninguno de los dos se les pasaba por la cabeza que el corazón fuese a empeorar…

“Ya sólo hay que esperar, cielo. Esperar porque no va a empeorar, al contrario se está haciendo fuerte, dejando de ser tan débil como cuando llegaste. Fuerte hasta que venga un sustituto con el que puedas volver a ser tú.”

Sin saberlo había dicho las palabras malditas; débil y sustituto. En aquel preciso instante, el corazón menudito debió de enfadarse mucho con ellos, y decidió poner fin a su existencia, llevándose así junto a él, la existencia de la muchacha más bella, alegre y bondadosa, que aquel cardiólogo había tenido en su planta jamás.
La única muchacha a la que fue capaz de amar…