...Sucedió un catorce de abril..


Era todavía temprano y aquella noche había dormido más bien poco, pero la alegría que le invadía no le permitió permanecer ni un minuto más en la cama. Se levantó de un salto que bien podría haber hecho un gran agujero en el suelo. Se dirigió hacia el armario y escogió bien su ropa. Su vestido blanco adornado con pequeñas florecillas rojas que lo inundaban de alegría. La alegría de aquel día en aquel país. También se puso sus nuevos zapatos rojos, lo lamentaría más tarde porque terminarían rozándole, pero aquel día era para presumir, y qué mejor que aquel par de zapatos que le habían regalado entre su madre y su hermana para su cumpleaños, ahorrando todo lo que pudieron para lograrlo. Ahora quizá las cosas fuesen a ir a mejor, o al menos eso quería creer ella.


Antes de salir, miro debajo del colchón, y cogió un pañuelo tricolor que se colocó rodeado al cuello.
En la calle, ya se oía el bullicio, los pasos y las carreras hacia la Puerta del Sol.
Ella no corrió, salió despacio, respirando fuerte, quería que quedara impregnado aquel momento en su mente para siempre, así como en su recuerdo. Miró atentamente a uno y otro lado mientras caminaba, para poder observar quienes iban a celebrar, quienes se sentía felices de aquello. Niños cogidos de la mano de sus padres que no paraban de sonreír y cantar. Gente del pueblo que tenía la tierna esperanza de que todo saliera bien de ahora en adelante.


Al fin llegó a la Puerta del Sol. Aquel día aparte de ser soleado debido a la recién llegada primavera, era tricolor, por todas partes imperaba el rojo, el amarillo y el morado. Colores alegres y cálidos que iban a suponer una nueva era, aunque la esperanza y la alegría fuesen a desembocar años más tarde en otra cosa bien distinta.


Allí estaba ella, sin conocer a nadie, su madre y su hermana habían preferido quedarse en casa, aquello, dijeron, no les iba a sacar de pobres, así que les resultaba indiferente. Ella sin embargo era como su difunto padre, metida a política, republicana, atea, liberal.
Se encontraba allí, rodeada de gente que no conocía pero que se comportaba como si fuese su familia. De pronto notó que alguien le tocaba la espalda, se dio la vuelta y comprobó que se trataba de un chico alto y delgado, moreno y con unos ojos enormes, hermoso sin duda. "Se le ha caído esto" y le tendió el pañuelo tricolor. Un "gracias" y una súbida de color a sus mejillas...

Se había proclamado la República entre la alegría y la esperanza de casi todo un pueblo...
Y también llegó el amor para una joven muchacha que estrenó aquel día unos zapatos rojos tan hermososo como ella. Todo sucedió un catorce de abril...
PD: Me habría gustado publicarlo en su día, pero estaba muy liada con los estudios y eso.