...Imaginación atroz...


Siempre había tenido una imaginación atroz (en el sentido negativo de la palabra). A los que más la querían no les gustaba que utilizara aquel adjetivo para definirla, a fin de cuentas, su imaginación era lo único que podía hacerla algo especial. Lo que de pequeña le hacía crear escenarios a base de la nada en los juegos con sus primos y lo que de grande le permitía escribir trasladándose a lugares y tiempos en los que nunca había estado, plasmar en el papel todo lo que sentía de una manera más especial o lo que le hacía hablar de amores que nunca había vivido (ni viviría). Sin embargo, ella sabía que, efectivamente, atroz era un adjetivo bastante bueno para definir su imaginación. Como todos los niños, la imaginación le jugó alguna que otra mala pasada (y eso sumado a su tremenda patosidad, el hecho de que siempre fuese llena de moratones y heridas). Pero con los años no le pasó como a otros niños, que fueron dejando de lado su imaginación, o como mínimo, fueron algo más realistas. No, ella continuó pensando en lo que podría pasar y luego nunca pasaba. Ella seguía imaginando besos con labios que jamás saboreó y abrazos que jamás le llenaron como esperó.Siguió ilusionándose por el más mínimo detalle que ella veía podía terminar en algo grandioso. Cuando algo no le gustaba, se inventaba otros finales para su historia. Lo peor, que se los terminaba creyendo. Quizá también tenía algo que ver con los constantes sueños, o más bien pesadillas, que le acompañaban cada noche, pero ésa, ésa era otra historia. Por eso le parecía tan atroz, porque cuando le tocaba comprender que, de nuevo, su imaginación le había hecho un flaco favor, volvía a sentirse estúpida… Hasta que su fiel compañera volvía, por muy cansada que estuviera ya, para dejarle inventarse otro final y dar paso a otro maldito círculo de dolor aún más estúpido que ella