NOTA PREVIA: Dedicado a mis amigos de Acampada Globo, porque solo ellos se sienten como yo con lo de: "Son las 2 menos 10, hora de ir a las Manchegas". Y a alguien a quien no compensaría con unas Manchegas todo lo que me ha enseñado.
Manos a la
cintura, pie derecho golpeando con suavidad el suelo y vuelta sobre sí misma
inclinándose levemente con el brazo derecho por delante. Así empieza una
madrugada más el baile. Su favorito: las manchegas de Albacete. Ella y sus
amigos no fallaban una sola noche de feria a la cita a las dos. Era, con casi
toda seguridad, lo que más les gustaba de aquellos días. Y eso que todo les
agradaba. Para ella era mucho más especial.
Al tiempo que
sus amigas bailaban sevillanas y sus amigos jugaban al fútbol, ella crecía bailando
manchegas mientras su madre le tejía un nuevo refajo. Afición de la que siempre
presumió. Hasta cuando se marchó a estudiar fuera, donde prometió enseñarle la
danza a la única persona que no le hizo sentir la distancia de Albacete. Y,
aunque había sido ella quien ayudó a todos a perfeccionar los pasos de aquel
baile, hoy volvían a ser impares y ella volvía a ser la que debía compartir
aquellos minutos con un desconocido.
Tras la vuelta,
levanta la cabeza y, al fin se fija en su pareja de hoy. Su cara le suena. No
le da mayor importancia y se limita a sonreírle en los cruces. “Se necesita, se
necesitaaaa…” Sigue la melodía.
Y, cuando al fin
él posa su rodilla y le tiende la mano, en señal de que el baile ha terminado,
ella le reconoce.
-Ya era hora de
que me enseñaras a bailar esto, manchega.