Camiseta interior, jersey gordo,
polar, abrigo, bufanda, guantes y gorro. Todo en su sitio. Hoy es el partido número
nueve que Miguel vive en el campo. Y el cuarto en el que debe ponerse el equipamiento
completo contra las bajas temperaturas. Pero a Miguel no le importa no poder
moverse a penas con tanta capa. Ni que, a veces, le duelan los pies de lo fríos
que se le quedan. A Miguel solo le importa que la bufanda y el gorro que lleva tengan
el escudo del Alba. En el cole todos sueñan con ser Cristiano Ronaldo, Messi o
Casillas. O con marcar un gol como el de Iniesta en la final de Sudáfrica. En
el recreo de los lunes, los debates sobre si es mejor el Madrid o el Barça (últimamente
hasta se admite al Atlético) son lo más habitual. Pero Miguel nunca interviene
en ellos. Él los mira y piensa: “ Qué
tontos. Si vieran los goles de Rubén Cruz y Calle, y las paradas de Dorronsoro…”
Pero nunca lo dice en voz alta, porque sabe que entonces al que tacharían de
tonto era a él.
Miguel tiene seis años y, desde hace tres, va al Carlos Belmonte domingo sí, domingo no con sus padres y su abuelo. Los tres años que lleva el equipo en Segunda B, pero los tres años que sus padres consideraron que podía empezar a ser consciente de lo que era disfrutar un partido en el campo. Porque uno de los primeros regalos que recibió Miguel fue un babero con el escudo del Alba, al que le siguieron demás complementos. Con lo que, Miguel sabía desde su más tierna infancia lo que era vivir la pasión por un equipo, es más, sentir la pasión de los pequeños. Apenas sabía andar cuando ya gritaba por la casa “¡Alba, Alba!” en cuanto veía un balón rodar en la televisión. Porque para él no existía otro equipo. Hasta sus progenitores se asustaban de su obsesión. Ni ellos mismos imaginaban que llegaría a tanto, aunque fueran fieles seguidores y siempre hubieran querido inculcarles ese amor a sus hijos.
Por eso, cuando hoy marcan el
primero, Miguel pega un salto de su asiento y empieza a cantar el gol. Después,
abraza a sus padres y choca la mano a su abuelo. Con el segundo, el de Calle,
su ídolo, los brincos no cesan. Es cuando su padre le coge en brazos y le balancea en el aire. Miguel siente que quiere que todos vean lo feliz que es y
estira los brazos cuanto puede. Es con el tercero, ya en el tiempo de
descuento, cuando Miguel no va a dejar de aplaudir hasta que el árbitro indique
el final del encuentro, cuando salga del campo cantando aquello de “[…] Entre
todos bordamos un corazón, en tu escudo campeón”.
Esa noche Miguel va a dormir muy
bien, como la mayoría de domingos anteriores. Soñando que va a la fuente a
bañarse, como le ha contado su padre que se celebran los ascensos. Porque este
año su madre no para de decir que “este sí, este sí”. Y su abuelo que “hacía mucho que no
disfrutaba tanto con el fútbol”.
Y mañana, cuando llegue la hora
del recreo y todos vuelvan a discutir sobre los partidos del fin de semana en
Copa, Miguel será feliz pensando que mientras todos lo disfruten en casa
calentitos, él quiere seguir colocándose la camiseta interior, jersey gordo,
polar, abrigo, bufanda, guantes y gorro cada quince días. Hasta que llegue el
día de calor en el que al fin se bañe en la fuente.
**Gracias a la familia que tenía al lado,porque aunque el nombre de Miguel y su vida fuera del campo sean inventados, lo que ha pasado en los goles ha sido cierto y ha conseguido que me anime a escribir algo =)