Este septiembre
se cumplían diez años de mi comienzo en la universidad. ¡Ah qué inocente era
con mis 18 primaveras! Me creía tan mayor, tan madura, tan independiente…
Me marché a
estudiar fuera de mi Albacete natal, como tantos otros. Algunos se quedaron a hacer lo propio. Porque en mi círculo de amigos todos tenemos carrera
universitaria. Somos esa generación a la que se nos inculcó desde pequeños
aquello de “Estudia mucho y llegarás lejos”. Y después lo de “Estudia idiomas”,
“Estudia un máster, o dos”, “Haz todas las prácticas que te ofrezcan, aunque no estén remuneradas”. Suma y sigue, que sólo entonces comenzábamos a
descubrir que por muchos títulos y créditos en prácticas que tuviéramos, nunca
sería suficiente. Tampoco la vida es mucho mejor para los que decidieron irse por otros caminos. Pero esta desilusión llegaría unos años después y es otro tema.
Vuelvo a los 18,
a la época de la inocencia. No sabía cómo se me daría la carrera de Periodismo,
pero cuando me preguntaban cómo me veía en 10 años, siempre contestaba lo
mismo: “Escribiendo en una redacción y con una hija”. No hablaba de pareja, ni
de casarme, ni de ser rica o famosa, ni de tener una casa: escribir y una niña
(porque en mi imaginario tendré dos niñas: Clara e Inés). Los 28 me parecían
una buena edad para tener al primer hijo, incluso pensaba que si tenía una
buena situación, pero no pareja, acudir a una clínica de reproducción era una opción. Porque
que quiero ser madre, lo tengo claro desde hace mucho mucho tiempo. Pues bien,
si una certeza tengo ahora, es que con 28 no voy a ser madre, porque me quedan 8
meses para los 29. Y muy probablemente con 29 (o 30) tampoco se dé el caso.
Me considero
afortunada porque hay gente infinitamente peor, porque tengo trabajo, bien remunerado y además me gusta. ¿Qué más puedo pedir? (“¿Qué más
queréis?”, escribe Noemí López Trujillo que le decían).
No, no escribo en una redacción. Después de
muchos tumbos y cambios, me decanté por la enseñanza. Aprobé las oposiciones
con buena nota en 2018, pero no lo suficiente para coger una plaza, porque cada
vez hay más gente opositora en todas las ramas y la competencia es más dura. No
es de extrañar que sea la salida de muchos tras muchas decepciones en la
empresa privada o como autónomos. Yo no me arrepiento de la decisión que tomé,
porque me encanta dar clase. Tampoco me quejo de condiciones u horarios.
Tiempos de incertidumbre
Pero el no tener plaza me hace ser interina,
lo que implica: si tengo vacante (la he tenido en los dos últimos cursos, por
suerte), tener contrato de un año y vivir con la inseguridad de si en agosto me
darán de nuevo otra vacante. También tienes la incertidumbre del lugar donde
estarás el curso siguiente. El año pasado lo supimos tres días antes de tener que
incorporarnos. Además, se prevé una nueva convocatoria en los próximos meses, lo que implica combinar trabajo con estudio.
Pienso en si me quedara ahora embarazada y lo tuviera. ¿Qué haría con el bebé?
(“¿Cómo sacaría adelante a mi cachorra?”, N.L.T)
¿Llevarlo un año a Priego, otro a las
Pedroñeras y el que viene a saber dónde? ¿O limitarme el número de destinos,
arriesgándome a que entonces no me dieran trabajo? No trabajar no es una opción
en mi caso. No tengo una casa fija por esto de que no sé dónde voy a vivir el
curso que viene, cuando voy a Albacete
convivo con mis padres y mi hermana.
Mi pareja (que era algo que no mencionaba
hace 10 años, pero que sí que está) tampoco tiene trabajo estable, es más, hoy
ha vuelto a ser uno más en las listas del paro. Y, francamente, depender de
nuevo de mis padres, sería un palo muy gordo y una sensación de fracaso por la
que ya pasé hace unos años.
Pienso en mis
padres. “Si hubiera esperado el momento perfecto, tú no existirías”, dice a
veces mi madre. Es verdad que siempre te va a faltar algo: una casa, una
pareja, un trabajo fijo… Yo no sueño con una hipoteca, ni siquiera con un
contrato indefinido (aunque eso hoy día, tampoco garantice nada). Pero al menos
sí una zona acotada, para tener un punto de referencia donde volver.
Mi madre
es limpiadora y mi padre trabaja en un almacén. Soy consciente de que en mi casa, con
mucho esfuerzo, nunca nos ha faltado de nada, e imagino que habrán existido
épocas difíciles para ellos. Pero aquí estamos mi hermana y yo, sanas, fuertes
y creo que sintiéndonos muy queridas y apoyadas siempre. Al final siempre se sale.
El vientre vacío
La cosa es que
ahora que tengo 28, nada es como lo había imaginado con 18. Con esa edad
pensaba que a esta ya llevaría unos años viviendo sin depender de nadie, ya
habría hecho todo lo que querría hacer una persona joven, ya habría disfrutado,
ahorrado y establecido algunas bases. Pero es en los últimos años cuando he
podido empezar a hacerlo.
Entonces, ¿ya no quiero ser madre? No, no es que no
quiera (es la cosa más clara que sigo teniendo en esta vida de incertidumbres).
Pero no siento que este sea el momento. Ni siquiera siento que lo vaya a ser en una larga temporada. Así que me meto en la lista de mujeres
que retrasan la edad de ser madres, por obligación, por circunstancias… por la
vida que nos ha tocado vivir. Y sé que soy joven, que aún me quedan cosas por
vivir y que los hijos llegarán. La incertidumbre es el ¿cuándo? y el ¿cómo? Ya no quiero pensar en cómo estaré en 10 años, tampoco quiero sonar derrotista o victimista. Esta es otra historia más.
También sé que
no estoy sola, porque muchas amigas compartían conmigo estos pensamientos. Y
ahí están, “con el vientre vacío”. Somos el fruto de una crisis, que en muchos casos ha dejado "sin trabajo, sin casa, sin miedo"... y sin hijos a quienes soñaban con ello. Y sé que no estamos solas gracias a Noemí
López Trujillo, con su libro, que es la narración de toda una generación. En él
aparecen los relatos de otras chicas que rondan mi edad, de otras mujeres que han
tenido hijos en el momento menos oportuno. Y datos, muchos datos sobre cómo
hemos llegado un poco aquí. Me he sentido identificada en muchas palabras y me
he emocionado con otras. Me he quedado un poco rota, pero ha sido necesario ver
que mi realidad es la de muchas otras.
Gracias, por tus palabras, por inspirarme a
escribir, esta, otra historia más. No es para una redacción, pero oye, al menos
tengo 28 y escribo. Algo de lo que dije con 18 se ha cumplido.