Frida y Lina


Este relato pertenece al #Escribitón2020 parte 8

“Darkness cannot drive out darkness: only light can do that. Hate cannot drive out hate: only love can do that.”
(La oscuridad no puede conducir fuera de la oscuridad: sólo la luz puede hacer eso. El odio no puede conducir fuera del odio: sólo el amor puede hacer eso).  
― Martin Luther King Jr.



Hospital Americano de París, 12 de febrero de 1939

Llego tarde. Otra vez. Todavía no me aclaro con las direcciones en francés, a pesar de que ya han pasado casi dos años de mi llegada, todo me sigue resultando confuso. No sé si conseguiré acostumbrarme. Mi madre dice que sí. La verdad es que no sé qué haríamos sin ella, siempre tan llena de esperanza. Mi padre ni siquiera responde cuando hago estos comentarios. No creo que él logre reponerse a este exilio, ni a todas las pérdidas que ya acumulamos. Aún no se ha perdonado que nos marcháramos cuando tantos otros se quedaron luchando. Como mi hermano.

—Mademoiselle Lina, llega usted otra vez tarde —Marion, la recepcionista, me regaña al verme entrar. Yo, por respuesta, agacho la cabeza, porque no tengo excusa. Me apresuro para coger mis herramientas: mi cubo y mis trapos. Hace unas semanas que conseguí este trabajo. No es que sea ideal, pero al menos sí más fijo que todo lo que he conseguido hasta ahora y el sueldo no está mal. No voy a mentir, ojalá pudiera trabajar como sanitaria, quizá si consigo ahorrar pueda formarme… Sueños, todo son sueños. Papá se muestra derrotista cuando pienso en voz alta. “¿Qué podemos esperar los exiliados españoles más que migajas?”, reflexiona las pocas veces que habla. Porque desde que llegamos, apenas abre la boca.

Me arrodillo y comienzo a limpiar el suelo de la recepción.
—¡Puto Breton! ¡Un astrólogo! ¡Un condenado astrólogo! ¡Hijo de mil males!
Una ambulancia acaba de parar en la puerta; dos camilleros transportan a una mujer que no deja de maldecir a un tal Breton. Me sorprende el perfecto español que emplea. Se paran frente al mostrador para que Marion anote el ingreso y no puedo evitar ponerme en pie para tratar de ver a la misteriosa mujer. ¿Será otra exiliada? No, no puede ser, este hospital es privado, aquí solo llegan pacientes con dinero, y los españoles que huimos de la guerra, no lo hicimos precisamente con los bolsillos llenos. Además, pese al idioma que emplea, no parece que sea española. Está tumbada de lado, hecha un ovillo, pero puedo ver su largo pelo negro y sus cejas. O más bien, su única ceja. Me quedo prendada de esa mujer, es como si desprendiera un hechizo.

Hospital Americano de París, 15 de febrero de 1939

Hoy he llegado pronto, así que Marion me saluda con un “Ça va?” y una enorme sonrisa. Lo cierto es que he estos días he entrado antes al hospital, con la esperanza, quizá de averiguar algo más de la misteriosa mujer que ingresó hace un par de días. No me atrevo a preguntarle a Marion y tampoco he coincidido limpiando ninguna habitación donde estuviera esta paciente. Me piden que vaya la segunda habitación de la primera planta, para limpiar el suelo. Cuando entro, veo una mancha amarillenta en el suelo, parece que alguien ha vomitado.
—Perdona por el desastre. Es esta maldita infección intestinal—se justifica una voz débil desde la cama. Después, vuelve a disculparse, esta vez en un francés que hasta para mi oído español resulta pésimo. Me doy cuenta de que es la mujer morena que despotricaba el otro día.
—No hace falta que lo diga en francés, soy española —le explico.
—¿Española? Santo cielo, por fin escucho a alguien hablar español. Cómo lo añoraba. No soportaba un acento francés o ingles más. Dime, ¿cómo te llamas?
—Lina.
—No parece un nombre muy español —puntualiza.
—Es cántabro, mi familia es de Santander. Tuvimos que huir tras…
—Tras la Ofensiva del Norte, cuando los sublevados llegaron a la franja cantábrica —Completa mi explicación y me quedo sorprendida por que conozca estos detalles. Entonces, levanta su brazo derecho y me tiende la mano, se la estrecho mientras se presenta. —Yo soy Frida, una mexicana que no sabe muy bien qué hace en París, y cuyo corazón está ahora con el pueblo español.

Hospital Americano de París, 17 de febrero de 1939

Frida se encuentra mucho mejor. Todos los días procuro llegar antes de mi turno para pasar un rato con ella. El primer día, fue Frida quien me lo pidió, pues se sentía enormemente sola desde que llegó a la capital, especialmente, tras su ingreso en el hospital. Resulta que el Bretón a quien criticaba el día de su llegada es el literato André Breton, uno de los padres del Surrealismo. Cuando Frida comenzó a enfermar, el escritor, en lugar de avisar a los médicos, le llevó a un astrólogo.

Frida, que ahora sé que es pintora, me explica qué es eso del surrealismo, con bastante desprecio.
—Breton está convencido de que mis pinturas son surrealistas. Pero no lo son, porque ellos pintan sueños. Yo pinto mi realidad. Le estoy enormemente agradecida por haber confiado en mí y permitirme exponer. Pero no soporto a estos “surrealistas”, sueñan con las tonterías más fantásticas y envenenan el aire con teorías y más teorías que nunca se vuelven realidad. Ya ves, cuando apenas podía moverme y le pedí ayuda, se presentó con un astrólogo. Eso sí que es surrealista.

De estos artistas, Frida piensa que son “parásitos” que sólo saben calentar las sillas de los cafés parisinos. Yo no entiendo mucho de arte, pero Frida habla de una forma que me hace querer saber más. Le digo que me gustaría ver alguna de sus pinturas, y me promete que me va a conseguir entradas para la exposición.

Hospital Americano de París, 18 de febrero de 1939

Hoy Frida me pregunta por mi vida en España. Le hablo de Santander, de la incesante lluvia, de las playas rodeadas de colinas y verde, de mi feliz infancia junto a mi hermano mayor… Y no puedo evitar llorar.

—No quería ponerte triste, Lina. ¿Sabes? Tu infancia fue feliz, por eso la añoras. La mía, sin embargo, no fue tan linda.
Me explica su enfermedad de niña, las constates intervenciones quirúrgicas, el dolor, la fractura en su espalda tras un accidente de autobús… Pese a todo, a mí me sorprende cómo puede desprender tanta vitalidad  y energía.
—¡Ay, Lina! Yo tenía dos opciones, alimentar mi oscuridad con más oscuridad, o tratar de iluminarla. Me decanté por lo segundo. También debo reconocer que la pintura me ha salvado. Y el amor. No obstante, debo confesar que con Diego también he de decidir a menudo si odiarle o dejar que mi amor por él me saque de ese odio.

No profundiza mucho, pero deduzco que su relación es complicada.
Miro el reloj, he de comenzar a trabajar. Me despido de Frida hasta el día siguiente y esta me pide un favor.

—¿Me traerías una hoja en blanco, un lápiz y unas flores?
La última petición me sorprende, pero le digo que sí a todo.

Hospital Americano de París, 20 de febrero de 1939

Cuando entro en la habitación, Frida está sentada en la silla que yo suelo ocupar, vestida con ropa de calle y parece lista para marcharse. Lo cierto es que ha mejorado bastante estos días. Lleva el pelo recogido en unas trenzas, enlazadas, a su vez, alrededor de la cabeza. En la parte frontal, las flores que recogí de camino al hospital ayer, antes de que cayera el sol.

—Parece que estoy lista para irme y seguir soportando a los gabachos. Lina, tu compañía estos días me ha ayudado enormemente. No sabía cómo agradecértelo. Así que hice lo que mejor sé… —Me tiende la hoja que le traje, esta vez, ya no en blanco. Me reconozco en los trazos dibujados por Frida. No puedo evitar abrazarla. Después, la acompaño hasta la salida del hospital.

Antes de cruzar la puerta, Frida se da la vuelta:
—Les vamos a ayudar, Lina.
No entiendo a qué se refiere.
—A tu hermano y a todos los republicanos que aún siguen en España. A los españoles que ahora están en campos de concentración en la frontera francesa. Les vamos a ayudar.

NOTA: Este relato está inspirado en la visita que realizó la artista Frida Khalo a París en 1939. André Breton invitó a la mexicana para que expusiera su obra. Durante su estancia, Frida sufrió una infección estomacal y tuvo que ser ingresada en el hospital Americano de París, no sin antes haber recibido la visita de un astrólogo enviado por Breton. Algunas de las citas de este relato, han sido extraídas de las cartas que escribió aquellos días (como la intervención en que critica a los surrealistas). Lina es un personaje ficticio.

Por otro lado, Frida Khalo siempre mostró su solidaridad con los republicanos españoles. Ella y su marido, Diego Rivera, reunieron fondos para enviar refuerzos al bando republicano a comienzos de la guerra civil (1936). Durante su estancia en Francia, Frida se interesó por la situación de los exiliados españoles, sobre todo aquellos que llegaban durante el fin de la contienda y se vieron obligados a vivir confinados en varios campos al sur del país galo. Por ello se unió a la  Comisión Internacional para la Ayuda a los Refugiados Españoles.