“You need to spend time crawling alone through shadows to truly appreciate what it is to stand in the sun.”
("Necesitas pasar tiempo arrastrándote solo a través de las sombras para apreciar realmente lo que es estar al sol")
― Shaun Hick
Madrid, 1965
Aquel año fue el último que
corrieron juntas delante de los “grises” y el último en que compartirían,
después, una noche de guateque en casa de algún compañero de universidad de Maite.
Porque Maite estudiaba Derecho mientras Andrea ejercía de aparadora en una
fábrica de zapatos. Parecía que nada las unía en ese momento, pero eran vecinas
desde que tenían uso de razón, en aquel barrio obrero de la periferia, donde
los pisos se llenaban de familias numerosas, cargadas de historias aún
silenciadas. Y en los cruces en la escalera, comenzaron a quedar para bajar a
jugar al descampado, para marchar juntas al colegio, para alternar la casa
donde merendar. La madre de Maite era experta en los bocadillos de aceite y Cola-Cao; la de Andrea
en las tostadas de vino con azúcar.
Con el paso del tiempo, sus vidas
comenzaron a diferenciarse.Ya no eran aquellas niñas que compartían canciones
mientras jugaban a la goma, que ideaban
nuevas trastadas o que jugaban en las obras paralizadas del barrio con el resto
de niños, dentro de aquellos tubos de hormigón abandonados. Aún así, seguían
siendo amigas y aprendiendo juntas en un país todavía oscuro.
Maite tuvo la oportunidad de
estudiar en la universidad; Andrea se vio obligada a trabajar más
tempranamente. Y aunque entonces no lo supieran, aquello sería el inicio de su
separación.
Pese a todo, trataron de
establecer una rutina conjunta: Compaginaban el trabajo de una y los estudios
de otra para seguir acudiendo a cualquier manifestación que convocara el
Movimiento Estudiantil. Tras la adrenalina, porque siempre aparecía la policía
y tocaba correr, se reían y se fumaban un cigarro, planeando qué vestido ponerse
para la fiesta en casa de un alumno de un curso superior al de Maite, o de otra
facultad. “Las chicas salen a divertirse”, se decían sonriendo cuando les
llegaba la invitación a una nueva reunión. Actuaban con cierta frialdad, porque
entonces les parecía un juego con final feliz. Hasta que dejó de serlo. Hasta
aquel fatídico día que lo cambió todo…
Valencia, 1985
Andrea la reconoció enseguida,
mucho antes de que la directora del centro la presentara. Habían pasado muchos
años, pero Maite conservaba aquel brillo en los ojos, inconfundible, de quienes
se pasan la vida inconformándose. Andrea acudía a cuantas charlas y
conferencias podía sobre libertad, democracia, género…España acababa de
despenalizar el aborto aquel verano. Pero todavía quedaba mucho por hacer,
porque habían pasado diez años desde que muriera el dictador pero, pese al aparente ambiente de libertad, eran muchos
los derechos todavía no conquistados, y más si eras mujer. Así que, con más motivo
acudió aquella tarde a ese encuentro, en el que una de las ponentes era María
Teresa Ramos, abogada especializada en Derecho y Género. Su Maite.
Mientras Maite hablaba y hablaba
sobre feminismo y de cómo las mujeres habían ido adquiriendo libertades muy
lentamente desde que acabó la dictadura; Andrea no podía evitar pensar que, en
cierto modo ellas formaban parte de algunas de aquellas historias, aunque para
ellas, en un principio, supusiera más un entretenimiento que una convicción.
También se preguntaba cómo ella había permanecido en la sombra, cómo cambió por
completo su modo de vida, mientras su compañera había dado un paso al frente.
Un aplauso interrumpió los
pensamientos de Andrea. Maite finalizaba su charla y era el turno de preguntas.
Andrea tenía muchas, pero ninguna relacionada con la abogacía y el género. Esperó
nerviosa a que concluyeran todas las cuestiones, y se quedó en un rincón
mientras todos los asistentes se retiraban del salón de actos. Maite seguía hablando
con el resto de ponentes, lo que inquietó más a Andrea. Caminó lentamente hasta
el escenario, y cuando llegó a este, por fin se atrevió a hablar:
—Maite, perdona, yo…—No podía
creer que se le acelerara tanto el pulso al reclamar la atención de quien fue
su mejor amiga. Maite dejó de hablar con su acompañante para girarse en
dirección a Andrea. Se quedó paralizada. Sabía que su compañera de juegos vivía
ahora en Valencia, pero no se le había ocurrido encontrarla allí. Tras la
sorpresa inicial, sonrió:
—¡Andrea! ¡Cuánto tiempo!—Exclamó mientras bajaba a la altura de su amiga.—Si me das cinco minutos,
podemos tomarnos un café. Espérame en la cafetería de la esquina- Andrea no
pudo más que asentir. Después de todo, ¿qué eran cinco minutos frente a los
veinte años que había postergado aquel encuentro?
***
Ya en la cafetería se dieron al
fin dos besos y, tras un breve silencio, Maite se atrevió a hablar:
—¿Qué tal estás? Han pasado por
lo menos…
—Veinte años-. Acabó su frase
Andrea—.Perdona es que… no podré olvidar nunca aquella fecha.
—Lo entiendo… Fue muy
traumática, especialmente para ti, claro... Pero… Cuéntame, ¿qué ha sido de ti?
De mí creo que ya lo sabes… acabé Derecho y me dedico a ello, lo combino con
charlas y clases. No es que mi marido estuviera contentísimo con ello. Pienso que
pudo asumir que no quisiera tener hijos, pero no que su mujer se pasara todo el
día fuera de casa. Así que, en cuanto aprobaron la Ley del Divorcio, nos
separamos. Creo que debimos de ser los primeros divorciados, harán ya tres
años. Y yo estoy la mar de contenta, qué quieres que te diga. Perdona… te
pregunto qué tal y te cuento mi vida… Háblame de ti —.Concluyó Maite.
—Bueno, tampoco tengo mucho que
contar. Quiero decir, tú has seguido siendo la chica liberada de entonces, yo
he seguido una vida más convencional. Huí de Madrid, era demasiado doloroso
para mí, contacté con un pariente de aquí, me ayudó a instalarme y a encontrar
trabajo y ahí conocí a mi marido… Tenemos dos hijos: Pilar, como mi madre, y
Alberto, como…- No pudo seguir, sin querer había empezado a llorar. Maite
agarró su mano sobre la mesa y la apretó. No podía creer que tuviera un hijo
llamado Alberto.
—Así que, tu marido lo sabe…
—Sí, empezamos siendo amigos.
Fue el único con quien logré abrirme. Cuando nació el niño, ni siquiera tuvo
que preguntarme, ya supuso qué nombre querría ponerle.
—Nunca imaginé que fuera tan
intenso. Yo… yo… Siento mucho mi comportamiento. No fui una buena amiga —.Dijo
casi tartamudeando Maite.
—Te odié un tiempo.- Se atrevió
a decir Andrea.- Para ti todo siguió siendo un juego. Me llamaste “cobarde”
cuando ya no quise acudir más contigo a aquellas protestas. Y quizá lo fui.
Tampoco comprendiste que ya no quisiera ir a bailar. Pero no podía, Maite. No
podía. Tú seguías yendo a clase, estudiando. Quizá te traumatizó lo que
ocurrió, pero continuaste tu vida. Pero para mí fue un auténtico duelo. Me sentía
enormemente culpable, porque Alberto tuvo que morir para que yo me diera cuenta
de que realmente lo amaba. Era lo único que no era un juego aquellos días. Era
real. Soñaba cada noche con policías a caballo, con ir agarrada de la mano de
Alberto, corriendo; y, de pronto, su
cabeza contra el suelo, con un charco de sangre. Y una porra alejarse en la
mano de un policía a quien jamás pongo cara. Y te culpaba a ti. Te guardaba
rencor por haberme invitado a tus fiestas universitarias, por haberme
presentado a tus amigos, entre los que estaba él. Te odiaba por haberme
introducido en aquellas charlas, por haberme dejado a solas tantas veces con él…
Y te detestaba porque tú podías seguir con tu vida. Pero yo no. Algo se me
había roto. Por eso me fui de Madrid. No quería seguir odiándote, mi parte
racional sabía que tú no tenías la culpa. Logré reponerme, quiero mucho a mi
marido. Pero nunca he superado del todo aquella muerte… Por eso corté cualquier relación
que me recordara aquellos días. Necesitaba estar sola hasta que volviera a ver el sol—.Terminó su intervención Andrea, con la cara
empañada en lágrimas.
—Andrea…No sé ni qué decirte,
más que lo siento. Tienes razón… Era joven, estaba embelesada en aquel ambiente
festivo y no fui capaz de entender que, para muchos, aquello era real. Pero
siempre pensé que aquello te haría querer retomarlo con más fuerza… y te
presioné. Lo siento tanto…- Ahora era Maite quien lloraba.
—Seguí. De otra forma, pero
seguí… Ya no iba a manifestaciones. Sin embargo, me involucré más. Digamos que yo también estudié, aunque de otro modo. Y que tuve
mucho que celebrar el Sábado Santo de 1977. Solo que lo hice y lo hago en la
sombra… La verdad es que lo de dar la cara siempre se te dio mejor a ti-
Sentenció Andrea, con una sonrisa.
—Bueno, pero eso no siempre era
positivo ¿Recuerdas cuando nos pillaban en alguna travesura de niñas? Tú
siempre callabas, pero después tenías las mejores ideas para escaparnos del
castigo. Yo era más impulsiva, tenía que contestar y decir la última palabra, y
perdía el tiempo. Tú siempre has sido más paciente…—.Maite se calló cuando se
dio cuenta de que estaba anocheciendo.- Andrea, tengo que irme, debo coger el
último tren a Madrid. Pero te apunto mi teléfono, si alguna vez quieres llamarme,
si no me…
—Si no te odio todavía. Maite,
no, ya no te odio. Hace mucho que te perdoné, solo que nunca me atreví a
llamarte. Por eso al ver tu nombre en aquel folleto, no pude evitar asistir.
Sabía que era el momento.
Ambas se pusieron en pie. Esta
vez, no dudaron en abrazarse.
—Vengo mucho por Valencia, quizá
pueda avisarte y que quedemos. Quizá puedas presentarme a tu familia. Y quizá
las “chicas” puedan volver a divertirse—.Se despidió Maite. Ambas se
dedicaron una sonrisa. Como las que se dedicaban antes de aquel mayo de 1965.