Maite y Andrea



Este relato pertenece al #Escribitón2020, Quincena 7.
“You need to spend time crawling alone through shadows to truly appreciate what it is to stand in the sun.”
("Necesitas pasar tiempo arrastrándote solo a través de las sombras para apreciar realmente lo que es estar al sol")

― Shaun Hick





Madrid, 1965
Aquel año fue el último que corrieron juntas delante de los “grises” y el último en que compartirían, después, una noche de guateque en casa de algún compañero de universidad de Maite. Porque Maite estudiaba Derecho mientras Andrea ejercía de aparadora en una fábrica de zapatos. Parecía que nada las unía en ese momento, pero eran vecinas desde que tenían uso de razón, en aquel barrio obrero de la periferia, donde los pisos se llenaban de familias numerosas, cargadas de historias aún silenciadas. Y en los cruces en la escalera, comenzaron a quedar para bajar a jugar al descampado, para marchar juntas al colegio, para alternar la casa donde merendar. La madre de Maite era experta en los bocadillos de aceite y Cola-Cao; la de Andrea en las tostadas de vino con azúcar.

Con el paso del tiempo, sus vidas comenzaron a diferenciarse.Ya no eran aquellas niñas que compartían canciones mientras jugaban a la goma, que ideaban nuevas trastadas o que jugaban en las obras paralizadas del barrio con el resto de niños, dentro de aquellos tubos de hormigón abandonados. Aún así, seguían siendo amigas y aprendiendo juntas en un país todavía oscuro.

Maite tuvo la oportunidad de estudiar en la universidad; Andrea se vio obligada a trabajar más tempranamente. Y aunque entonces no lo supieran, aquello sería el inicio de su separación.
Pese a todo, trataron de establecer una rutina conjunta: Compaginaban el trabajo de una y los estudios de otra para seguir acudiendo a cualquier manifestación que convocara el Movimiento Estudiantil. Tras la adrenalina, porque siempre aparecía la policía y tocaba correr, se reían y se fumaban un cigarro, planeando qué vestido ponerse para la fiesta en casa de un alumno de un curso superior al de Maite, o de otra facultad. “Las chicas salen a divertirse”, se decían sonriendo cuando les llegaba la invitación a una nueva reunión. Actuaban con cierta frialdad, porque entonces les parecía un juego con final feliz. Hasta que dejó de serlo. Hasta aquel fatídico día que lo cambió todo…

Valencia, 1985
Andrea la reconoció enseguida, mucho antes de que la directora del centro la presentara. Habían pasado muchos años, pero Maite conservaba aquel brillo en los ojos, inconfundible, de quienes se pasan la vida inconformándose. Andrea acudía a cuantas charlas y conferencias podía sobre libertad, democracia, género…España acababa de despenalizar el aborto aquel verano. Pero todavía quedaba mucho por hacer, porque habían pasado diez años desde que muriera el dictador pero, pese al aparente ambiente de libertad, eran muchos los derechos todavía no conquistados, y más si eras mujer. Así que, con más motivo acudió aquella tarde a ese encuentro, en el que una de las ponentes era María Teresa Ramos, abogada especializada en Derecho y Género. Su Maite.

Mientras Maite hablaba y hablaba sobre feminismo y de cómo las mujeres habían ido adquiriendo libertades muy lentamente desde que acabó la dictadura; Andrea no podía evitar pensar que, en cierto modo ellas formaban parte de algunas de aquellas historias, aunque para ellas, en un principio, supusiera más un entretenimiento que una convicción. También se preguntaba cómo ella había permanecido en la sombra, cómo cambió por completo su modo de vida, mientras su compañera había dado un paso al frente.  

Un aplauso interrumpió los pensamientos de Andrea. Maite finalizaba su charla y era el turno de preguntas. Andrea tenía muchas, pero ninguna relacionada con la abogacía y el género. Esperó nerviosa a que concluyeran todas las cuestiones, y se quedó en un rincón mientras todos los asistentes se retiraban del salón de actos. Maite seguía hablando con el resto de ponentes, lo que inquietó más a Andrea. Caminó lentamente hasta el escenario, y cuando llegó a este, por fin se atrevió a hablar:

Maite, perdona, yo…No podía creer que se le acelerara tanto el pulso al reclamar la atención de quien fue su mejor amiga. Maite dejó de hablar con su acompañante para girarse en dirección a Andrea. Se quedó paralizada. Sabía que su compañera de juegos vivía ahora en Valencia, pero no se le había ocurrido encontrarla allí. Tras la sorpresa inicial, sonrió:

¡Andrea! ¡Cuánto tiempo!Exclamó mientras bajaba a la altura de su amiga.Si me das cinco minutos, podemos tomarnos un café. Espérame en la cafetería de la esquina- Andrea no pudo más que asentir. Después de todo, ¿qué eran cinco minutos frente a los veinte años que había postergado aquel encuentro?

***

Ya en la cafetería se dieron al fin dos besos y, tras un breve silencio, Maite se atrevió a hablar:

¿Qué tal estás? Han pasado por lo menos…

Veinte años-. Acabó su frase Andrea.Perdona es que… no podré olvidar nunca aquella fecha.

Lo entiendo… Fue muy traumática, especialmente para ti, claro... Pero… Cuéntame, ¿qué ha sido de ti? De mí creo que ya lo sabes… acabé Derecho y me dedico a ello, lo combino con charlas y clases. No es que mi marido estuviera contentísimo con ello. Pienso que pudo asumir que no quisiera tener hijos, pero no que su mujer se pasara todo el día fuera de casa. Así que, en cuanto aprobaron la Ley del Divorcio, nos separamos. Creo que debimos de ser los primeros divorciados, harán ya tres años. Y yo estoy la mar de contenta, qué quieres que te diga. Perdona… te pregunto qué tal y te cuento mi vida… Háblame de ti .Concluyó Maite.

Bueno, tampoco tengo mucho que contar. Quiero decir, tú has seguido siendo la chica liberada de entonces, yo he seguido una vida más convencional. Huí de Madrid, era demasiado doloroso para mí, contacté con un pariente de aquí, me ayudó a instalarme y a encontrar trabajo y ahí conocí a mi marido… Tenemos dos hijos: Pilar, como mi madre, y Alberto, como…- No pudo seguir, sin querer había empezado a llorar. Maite agarró su mano sobre la mesa y la apretó. No podía creer que tuviera un hijo llamado Alberto.

Así que, tu marido lo sabe…

Sí, empezamos siendo amigos. Fue el único con quien logré abrirme. Cuando nació el niño, ni siquiera tuvo que preguntarme, ya supuso qué nombre querría ponerle.

Nunca imaginé que fuera tan intenso. Yo… yo… Siento mucho mi comportamiento. No fui una buena amiga —.Dijo casi tartamudeando Maite.

Te odié un tiempo.- Se atrevió a decir Andrea.- Para ti todo siguió siendo un juego. Me llamaste “cobarde” cuando ya no quise acudir más contigo a aquellas protestas. Y quizá lo fui. Tampoco comprendiste que ya no quisiera ir a bailar. Pero no podía, Maite. No podía. Tú seguías yendo a clase, estudiando. Quizá te traumatizó lo que ocurrió, pero continuaste tu vida. Pero para mí fue un auténtico duelo. Me sentía enormemente culpable, porque Alberto tuvo que morir para que yo me diera cuenta de que realmente lo amaba. Era lo único que no era un juego aquellos días. Era real. Soñaba cada noche con policías a caballo, con ir agarrada de la mano de Alberto, corriendo; y, de pronto,  su cabeza contra el suelo, con un charco de sangre. Y una porra alejarse en la mano de un policía a quien jamás pongo cara. Y te culpaba a ti. Te guardaba rencor por haberme invitado a tus fiestas universitarias, por haberme presentado a tus amigos, entre los que estaba él. Te odiaba por haberme introducido en aquellas charlas, por haberme dejado a solas tantas veces con él… Y te detestaba porque tú podías seguir con tu vida. Pero yo no. Algo se me había roto. Por eso me fui de Madrid. No quería seguir odiándote, mi parte racional sabía que tú no tenías la culpa. Logré reponerme, quiero mucho a mi marido. Pero nunca he superado del todo aquella muerte… Por eso corté cualquier relación que me recordara aquellos días. Necesitaba estar sola hasta que volviera a ver el sol—.Terminó su intervención Andrea, con la cara empañada en lágrimas.

Andrea…No sé ni qué decirte, más que lo siento. Tienes razón… Era joven, estaba embelesada en aquel ambiente festivo y no fui capaz de entender que, para muchos, aquello era real. Pero siempre pensé que aquello te haría querer retomarlo con más fuerza… y te presioné. Lo siento tanto…- Ahora era Maite quien lloraba.

Seguí. De otra forma, pero seguí… Ya no iba a manifestaciones. Sin embargo, me involucré más. Digamos que yo también estudié, aunque de otro modo. Y que tuve mucho que celebrar el Sábado Santo de 1977. Solo que lo hice y lo hago en la sombra… La verdad es que lo de dar la cara siempre se te dio mejor a ti- Sentenció Andrea, con una sonrisa.

Bueno, pero eso no siempre era positivo ¿Recuerdas cuando nos pillaban en alguna travesura de niñas? Tú siempre callabas, pero después tenías las mejores ideas para escaparnos del castigo. Yo era más impulsiva, tenía que contestar y decir la última palabra, y perdía el tiempo. Tú siempre has sido más paciente…—.Maite se calló cuando se dio cuenta de que estaba anocheciendo.- Andrea, tengo que irme, debo coger el último tren a Madrid. Pero te apunto mi teléfono, si alguna vez quieres llamarme, si no me…

Si no te odio todavía. Maite, no, ya no te odio. Hace mucho que te perdoné, solo que nunca me atreví a llamarte. Por eso al ver tu nombre en aquel folleto, no pude evitar asistir. Sabía que era el momento.
Ambas se pusieron en pie. Esta vez, no dudaron en abrazarse.
Vengo mucho por Valencia, quizá pueda avisarte y que quedemos. Quizá puedas presentarme a tu familia. Y quizá las “chicas” puedan volver a divertirse—.Se despidió Maite. Ambas se dedicaron una sonrisa. Como las que se dedicaban antes de aquel mayo de 1965.