Iván

 
Este relato pertenece al #Escribión2020.Quincena9

“Life can only be understood backwards; but it must be lived forwards”.
( "La vida sólo puede ser entendida hacia atrás; pero debe ser vivida hacia delante")
                                                    — Soren Kierkegaard
 

—¿Y tú qué opinas, Iván? —Se interesó entonces la profesora. Hoy realizaban un debate sobre el uso y abuso de las nuevas tecnologías. El trabajo se englobaba dentro del apartado de argumentación para la asignatura de Lengua. Iván no había intervenido ni una sola vez.

Pese a ello, la pregunta le dejó descolocado. A diferencia de otros compañeros, no porque estuviera distraído o haciendo otra cosa, sino porque no estaba acostumbrado a que nadie le pidiera su opinión.

—¿Yo? —Preguntó, al fin, con sorpresa Iván.

—Sí, tú. Has estado muy callado durante toda la hora, y os recuerdo que el objetivo era que todos participaseis —insistió la docente.

—Pues, ehm… Bueno, yo creo que las redes sociales sí que están apartándonos de la reali…

El timbre que indicaba el cambio de clase cortó a Iván. Su voz comenzó a quedar en un segundo plano entre el rumor de libros cerrándose, compañeros arrastrando sillas y pidiendo a la profesora salir del aula.

—Lo retomaremos mañana, os recuerdo que debíais traer preparados vuestros argumentos, la documentación previa también puntúa en esta actividad —explicó la profesora mientras veía salir a sus alumnos sin hacerle mucho caso. Conseguir que le atendieran después de la alarma era cada día más complicado.

Iván se acercó con timidez a la mesa de la educadora. Esta estaba recogiendo el material y casi ni se percató de su cercanía. Él era así, su presencia solía pasar desapercibida, tanto para docentes como para compañeros. Aunque a él le ocurría lo contrario, desde su posición silenciosa lograba percatarse de las acciones de todos los demás.

—Irene, yo sí que había preparado los argumentos. Por favor, no me penalices en la nota —dijo casi en un susurro Iván, al tiempo que le tendía su libreta, llena de escritos. Temía que el no haber intervenido en todo el debate hiciera creer a la profesora que no había trabajado la tarea.

—Lo sé, Iván. Sé que trabajas duro, quizá de los que más en este curso. Por eso te he preguntado, porque rara vez te oigo. Luego, cuando corrijo la parte escrita y leo lo que escribes, me quedo alucinada. Se te da tremendamente bien escribir para la edad que tienes. Además, se nota que lees mucho, sueles incluir curiosidades y datos muy interesantes. Por eso me gustaría que intervinieras más, porque tienes bastantes cosas que aportar y que creo que sería bueno que tus compañeros lo escucharan.

Iván se sentía nervioso. Muy nervioso. Notaba cómo las mejillas le ardían, debía estar poniéndose rojo. Aunque, al mismo tiempo, sentía cierta felicidad, tenía ganas de sonreír. Era la primera vez que alguien le decía que lo que escribía era interesante. Quizá porque era la primera vez que alguien leía lo que pensaba o creaba, más allá de datos históricos o fórmulas matemáticas. Se dio la vuelta dispuesto a marcharse, se sentía tan raro que no sabía qué añadir e iba a llegar tarde a la siguiente clase.

Entonces Irene le detuvo.

—Iván, ¿recuerdas el último relato que os mandé redactar? El que teníais que escribir en base a cuatro palabras que os dije. Me gustaría mandarlo a un concurso. Creo que tienes posibilidades. Iríamos a Madrid, a realizar una fase final. Piénsalo y me dices. Tráeme firmada la autorización antes de la semana que viene—concluyó la charla la profesora tendiéndole un folleto de aquel concurso.

***

Iván no dejó de darle vueltas en todo el día al tema del concurso. Le apetecía mucho. Nunca había salido del pueblo y la recompensa era bastante jugosa. Además del dinero en metálico, el premio consistía en un curso en julio de escritura creativa. ¡Un verano lejos de casa! Y haciendo aquello que más le gustaba y que, hasta ahora, creía que no tenía importancia. Pero a la euforia inicial le siguió la realidad.

Sus padres nunca le firmarían la autorización, ni mucho menos le permitirían pasar el verano fuera. Se reirían de él. Como ya habían hecho otras veces. A sus padres les importaba poco lo que Iván hiciera, mientras no les incomodara y cumpliera con sus tareas. No se molestaban en acudir a las reuniones con los profesores del instituto, ni si contaba con todo el material necesario. Les bastaba con que ningún docente llamara a casa llamándoles la atención. O más bien, que no les importunaran o hicieran pasar vergüenza. Los deberes, lo que tuviera que aprender o estudiar, todo eso les daba igual.

No, no podía decirles nada porque iban a burlarse una vez más y porque le iban a intentar sacar a base de gritos la idea de participar en aquel concurso. Por eso la decisión debía tomarla él. A fin de cuentas era su vida.

Aquel día, Iván hizo algo que nunca antes se había atrevido a hacer. Cometió un pequeño delito. Uno tan pequeño como la longitud de la firma de su padre.

***

—Cuando termine la clase, necesito que te quedes un momento. Tengo que hablar contigo.

Se lo dijo en un susurro, mientras el resto terminaba de entrar en el aula, para que nadie se enterara. Aquella clase, Iván no pudo centrarse en los predicados ni en los complementos verbales. No dejaba de pensar en lo que Irene tendría que decirle. Probablemente le hablaría del viaje a Madrid, le recordaría las bases del concurso o le plantearía una táctica a seguir para la escritura. Cuando al fin terminó la clase, Iván se dirigió a la esquina donde le esperaba Irene.

—Verás... Sé que falsificaste la firma de tu padre—Dijo muy lentamente la profesora. Iván no sabía si sentía más pena o vergüenza por haber sido descubierto.

—¿Cómo…?— No fue capaz ni de concluir la cuestión.

—Lo sospechaba, pero ahora acabas de confirmármelo. ¿Por qué, Iván? No puedo arriesgarme a acompañarte a ese concurso si tus padres no lo autorizan. Lo siento mucho. Estoy segura de que si hablas con ellos…

—¡No! —Le interrumpió el alumno, levantando la voz más de lo que nunca lo había hecho en su vida—¡Usted no lo entiende! Mis padres no son de esos que se alegran de los logros de su hijo, no son de esos que se encuentran en el supermercado con otros padres y presumen de las buenas notas de su hijo, o de la última competición que ganó en deportes. Ellos presumen, como mucho, del poco follón que les doy. Para ellos es lo único importante, que no les moleste con mis cosas. Claro que también sé lo que pasa si lo hago —Aunque sentía rabia por lo que acababa de contar, sintió también cierta liberación, ya que nunca había dicho en voz alta esto.

—Ellos, ¿te castigan? ¿te han… pegado alguna vez?

—No hace falta. Desde pequeño les he estorbado y yo he aprendido a hacerme a un lado. Supongo que fui un accidente o algo así.

Irene no sabía ni qué decir. Siempre había pensado que Iván era un chico tímido, al que le costaba relacionarse con los demás, pero no imaginó que el origen de aquella introversión estuviera en su propia casa. Aunque siempre pensaba que todos los padres lo hacían como mejor sabían o podían, también pensaba que había padres que no debían haberlo sido nunca.

—Mira, esto es lo que vamos a hacer—habló, finalmente, Irene—. Yo no puedo arriesgarme a llevarte al concurso si no lo autorizan tus padres. Además, ¿qué pensabas hacer si ganabas y tenías que irte un mes fuera? Puedo intentar hablar con ellos o…

—¡No! Eso empeoraría las cosas, créeme —interrumpió Iván.

—O podemos seguir trabajando esa escritura. Vamos a proponer un taller literario para trabajar durante algunos recreos para aquellos a los que os guste escribir. Y vas a intentar presentarte a cuantos concursos sean posibles y que no necesiten la autorización paterna. Yo puedo echarte una mano con las correcciones. Lo que no entiendo es cómo no te has presentado estos años a los que organiza el propio instituto.

—Porque hasta ahora no sabía que se me daba bien escribir. Yo lo hacía porque me ayudaba a relajarme o a poner en orden mis ideas. Pero no pensaba que tuviera valor.

Irene sintió pena. Y culpa como docente. ¿Cuántos alumnos pasaban desapercibidos cada curso? ¿Cuántas virtudes no se trabajaban lo suficiente? ¿Cuántos estudiantes terminaban la etapa educativa pensando que no tenían nada especial que ofrecer? Quizá no podía volver atrás, pero sí que podía intentarlo con los que llegaran en el futuro. Y con el presente de Iván.

—Muy bien, pues ahora que lo sabes, vivamos hacia delante.