“I am terrified by this dark thing that sleeps in me.”
― Sylvia Plath
Sintió una punzada de dolor en el pecho. Tenía el cuerpo empapado en sudor. Le costaba respirar. Sufría una enorme presión en la boca del estómago. Todo estaba oscuro.
—¿Otra vez? —la voz de Héctor le sacó de aquella mezcla de pesadillas y realidad. No era la primera vez que se desvelaba en mitad de la noche, tras un mal sueño. Llevaba varias semanas en que era algo recurrente. Siempre decía que no recordaba lo que soñaba, aunque no era del todo cierto.
—Siento haber vuelto a despertarte—le respondió Lucía cuando al fin pudo recobrar el sentido.
—No pasa nada—contestó él mientras la recibió en sus brazos—, pero creo que tal vez deberías acudir a un especialista. Está empezando a afectarte en tu día a día.
Tenía toda la razón. Apenas podía concentrarse ya durante el trabajo. Le costaba mantener la atención por tiempo prolongado y siempre se sentía cansada. Pese a que no lo decía en voz alta, su cabeza tampoco paraba a lo largo del día. Las pesadillas no eran más que otro síntoma de que algo no iba bien.
Nadie, ni ella misma en un inicio, prestaron atención a un detalle que supuso el inicio de esa oscuridad. Casual o no, aquel martirio había comenzado tras el anuncio de la remodelación de aquel convento, situado lejos de la ciudad. No fue capaz de hallar la conexión hasta que, un día, mientras comían, lo vieron por las noticias.
«[…] Las últimas monjas
pertenecientes a esta congregación deberán ser reubicadas, al menos mientras se
lleven a cabo las reformas del edificio, una de las joyas de esta pedanía que
ha visto como varios de sus muros cedían ante el paso del tiempo».
Había pasado casi un año desde el
fallecimiento de su padre, tres después del de su madre. Hasta la aparición del
convento en las noticias, Lucía no había pensado mucho en las últimas palabras
de su padre. Sin embargo, comprendió que si las religiosas iban a ser enviadas
a otros lugares, era el momento de hacerle caso: “Debes ir al convento del
Rosal. Pregunta por tu madre”. No dio importancia a aquel comentario, pues
pensó que su padre deliraba o recordaba algo relacionado con su madre,
profundamente religiosa. Pero ahora, aquel dolor en el pecho cada vez que
pensaba en el convento, le incitaba a creer que debía acudir a hablar con
aquellas monjas.
***
Lucía sintió desde pequeña que no
terminaba de encajar en aquella familia, por algún extraño motivo que no era
capaz de explicar. Sus padres eran ya mayores cuando ella llegó. “Nuestro
milagrito”, decía a veces su madre. Sin embargo, quedaban demasiadas piezas por
encajar en aquella historia. Conforme fue creciendo, aquel alejamiento se fue
haciendo más notorio.
No sabía que esperaba encontrar o
conocer con aquella visita, pero quizá le sirviera para, simplemente, quedarse
tranquila.
Le abrió la puerta del monasterio una
mujer menuda, con apariencia de sexagenaria.
—Mire, ya hemos hablado con muchos
periodistas estos días, no creo que podamos hacer más entrevistas con el título
“Las últimas del Rosal”.
—Oh, no, no. No soy periodista. Verá,
quizá le resulte extraño, pero hace unos meses murió mi padre, y una de las
últimas cosas que me dijo fue que viniera aquí y les preguntara por mi madre.
Me pareció extraño, porque no sé qué saben de ella, pero pensé que no perdía
nada por venir antes de su traslado…
La hermana suspiró y su expresión
parecía indicar que esperaba aquella visita. Se presentó como sor Ángela. Invitó
a Lucía a pasar y la acompañó hasta una especie de despacho, donde le invitó a
sentarse.
—¿Cuál es tu nombre completo?—Preguntó
la monja.
—Lucía Villegas. ¿Conocieron ustedes a
mi madre? Sé que era muy devota, pero no recuerdo que viniera aquí.
—No, no la recuerdo.
—¿Por qué me incitó mi padre a venir
aquí entonces?
—Lo que voy a contarte es muy delicado,
de hecho no debería mencionarlo. Pero
juré que si tenía la oportunidad, ayudaría a encontrar la verdad.
Lucía comenzaba a inquietarse, sentía
de nuevo la oscuridad y la opresión en el pecho. Sólo fue capaz de asentir con la cabeza en señal
de que podía continuar.
—Hace treinta años, llegué aquí como
novicia, me iba a preparar para tomar los votos. Sor María no destacaba por su
empatía y cariño, así que, el resto de las hermanas procuraban mantenerse lejos
de ella y cumplir lo mejor posible con sus obligaciones. Tal vez por ser la
última en llegar y no contar con aquella predisposición negativa hacia ella, la
madre superiora solía encargarme muchos de los recados y me mantenía cerca.
Hacía las veces de algo parecido a una secretaria. Comencé a sospechar que algo
raro sucedía cuando noté el ir y venir de muchos matrimonios al despacho de sor
María. No entendía por qué en su agenda siempre figuraban estas reuniones. Hasta
que una noche, sor María me despertó de madrugada y me pidió que fuese
urgentemente a busca al médico. No me quiso explicar qué sucedía, pero exigió
que dirigiera al doctor a los sótanos del convento. Por supuesto, no me dejaron
ir con ellos. Lo que sí sé, es que al día siguiente acudió otra de esas
parejas. Siempre he sido discreta, Dios me libre de meterme donde no me llaman.
Pero aquel día no pude evitar agudizar el oído tras la puerta. El matrimonio parecía
muy enfadado, exigían que o se les devolviera el dinero o que sor María buscara
un sustituto. Ella les aseguró que venía otro en camino, que sólo debían
esperar un mes más.
—¿Qué está diciendo?—le interrumpió
Lucía —¿Está insinuando...?
—Nunca pude confirmarlo —continuó la
religiosa—, sor María murió poco después, pero siempre sospeché que aquellos
matrimonios adoptaban bebés cuyas madres eran incapaces de criar.
—Adoptar es un eufemismo muy bonito,
¿no le parece? ¿Por qué no lo denunció? ¿Por qué se calló hasta ahora?
—Nunca tuve pruebas. La única vez que
traté de contárselo a un sacerdote, me quitó la idea de inmediato. Al final dejó
de tener sentido en mí.
—Quizá si lo hubiera contado mucho
antes... Puede que la historia no sea como piensa, y esas madres no entregaron a
sus hijos tan voluntariamente.
—No la tomes conmigo, en mi posición
poco podía hacer. Además, ¿qué mal hacía a nadie que se reubicara a niños, que
sus madres no querían, con familias que sí podían darles todos los lujos? Lo
que sí decidí fue que si alguien venía en busca de la verdad, se la daría.
A la mente de Lucía acudieron aquellos
reportajes que habían comenzado a aflorar sobre “niños robados”. Mientras
escuchaba hablar a la hermana Ángela no había encajado las piezas, pero ahora
su rompecabezas se resolvía. Era uno de esos niños que sor María ayudaba a
llegar al mundo para, después, entregarlos a parejas pudientes.
—¿Soy uno de esos bebés?—salió, al fin, de su ensimismamiento Lucía.
—En eso no te puedo ayudar. No sé si
serás uno de esos bebés. Lo que sí puedo hacer es dejarte mirar el libro de
cuentas de sor María. Lo guardé a buen recaudo, nunca se sabe.
La monja abrió un cajón con llave, y
sacó un libro de cuentas que le tendió a Lucía.
—Si te fijas, hay muchas donaciones de 200.000 pesetas— Apuntó Ángela.
—Eso valía un bebé…—Contestó, amargamente, Lucía.
Lucía buscó en las páginas de 1982, su año de nacimiento. Pasaba las hojas con lentitud, no quería encontrar ningún donativo cercano a su fecha de nacimiento.
20 de abril de 1982 --- Donativo: 200.000 pts. --- Luis Villegas
El libro cayó al suelo. La negrura que convivía con Lucía últimamente, había regresado, pero esta vez era distinta. Esta vez podía explicarla y podía trabajar por descubrir la verdad.
—Haz lo que creas que debes hacer, pero no dudes que tus padres te darían mejor vida que…
—Ni se le ocurra seguir. No sabemos quién era mi madre, así que tampoco cuál es su historia. Agradezco su sinceridad. Pero puede que la historia no es como la cuenta usted y no me entregara voluntariamente, tal vez me haya estado buscando todo este tiempo… No me hable como si debiera dar las gracias. Y por supuesto que haré lo que tenga que hacer.
Lucía salió deprisa del convento. Tenía una enorme mezcla de sentimientos. Suponía que iba a ser duro; de hecho, no sabía ni por dónde empezar. Pero sí sabía que comenzaba el camino para deshacerse de aquella oscuridad que convivía con ella. De conocer su verdadera historia.
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Nota: Aunque este relato es completamente ficticio, en España el robo de bebés con la complicidad de la Iglesia y las instituciones se prolongó desde el fin de la Guerra Civil hasta, al menos 1996, bien entrada la democracia: https://www.publico.es/politica/bebes-robados-robo-bebes-trama-nivel-mundial-auspiciado-ordenes-religiosas.html