Inés y la Xana


 
“Todo el mundo tiene una herida por la que supura un ‘lo que no’ que ningún ‘lo que sí’, por extraordinario que sea, logra suturar”. 

—Juan José Millas. 


 

Este relato forma parte de un reto creado con Maribel (Dos y veintidós). 

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—¡Basta!—grito tras un buen rato escuchando peleas entre mis nietos.

Sus padres los trajeron el domingo, porque esta semana ya no tienen clase. Comeremos todos juntos el fin de semana para, después, ver cómo mis hijos salen pitando otra vez hasta el viernes siguiente. Esta es ya una norma no escrita en nuestra familia. Pero conforme los nietos han ido creciendo, a mí se me ha hecho más cuesta arriba. Todo era más sencillo cuando los tres se entretenían con cualquier juego, cuando atendían a mis cuentos y, sobre todo, cuando no se pasaban el día discutiendo entre ellos.

—¡No puedo más!—continúo con la voz elevada—Vais a  darme vuestros móviles y os vais a ir fuera. Adrián, eres el mayor y el más fuerte, coge troncos y ramas del cobertizo y los dejas en el jardín.

—Pero esta noche tengo videollamada con mis amigos —Adrián protesta, pero ha debido observar en mi mirada que no pienso dar marcha atrás, que la cosa va en serio, y me entrega el teléfono sin que sea necesario que vuelva a repetírselo. Tiene 16 años y se nota. Inconformista, tiende a huir de las conversaciones y ratos en familia para aislarse con cualquier dispositivo con conexión a internet.

Helena también obedece. Tiene 12 años, esa edad llena de cambios. Demasiado mayor para sentirse una niña; demasiado pequeña para comprender el mundo adulto. Ella tampoco participa demasiado, pero al contrario que Adrián, ella, por timidez. A Helena le he encargado que suba a la buhardilla a por las sillas y todo lo necesario para cenar fuera.

Por último está  Inés, con quien comparto nombre. Quizá por ello, o porque todavía conserva la inocencia de una niña de 8 años, es la nieta con la que siento mayor afinidad. Ella siempre me busca, le gusta escuchar mis historias y no deja de preguntar por los detalles. Inés no tiene móvil, pero la pelea se inició cuando ella le pidió el teléfono a los otros dos. El resto de detalles los desconozco, pero tuve que acudir desde la cocina cuando los insultos y gritos eran insoportables. A Inés le pido que me ayude a preparar la cena.

Es San Juan, y vamos a pasar la noche junto a la hoguera y no cada uno en una habitación, como ha ocurrido los atardeceres anteriores. Y sin móviles.

—Güela, ¿tú de joven saltabas la hoguera?—pregunta Inés, utilizando mi apelativo asturiano.

—Eso son bobadas, no sirve para nada…—responde Adrián.

—Pues a mí me gusta pedir deseos— interviene Helena.

—No seas infantil. Nadie puede creerse esas tonterías — se burla su hermano.

—No empecéis otra vez—intervengo antes de que la cosa vaya a más—. Pues sí, yo saltaba la hoguera. Cuando yo era joven solía pasar la noche en el bosque con mis amigos. Era un día especial, el inicio del verano, las verbenas… Además, deberíais saber que, es la época en la que más se dejan ver las Xanas*.

—¿Las qué?—me interrumpe Helena.

—¡Pero bueno! ¿Qué clase de asturianos sois si no conocéis nuestras leyendas? Las Xanas son ninfas que viven cerca del agua: fuentes, arroyos, lagos… y se encargan de custodiar grandes tesoros. Poseen una gran belleza, pero viven bajo un encantamiento. La leyenda cuenta que se dejan ver durante la madrugada del primer día de verano, coincidiendo con la noche de San Juan y ofrecen las riquezas que cuidan a aquel que les ayude deshacer el encantamiento bajo el que viven.

Cuando acabo mi explicación, me doy cuenta de que los tres me miran con atención. Hacía tiempo que no conseguía que todos ellos me escucharan así. Aunque Inés todavía lo hace, vivo con temor cada uno de sus cumpleaños. Cada año que suma, se acerca a la temida edad del pavo en que perdí a Adrián y Helena.

—¿Y tú has visto a alguna Xana, güela? —para mi sorpresa, es Adrián quien pregunta.

—Sí —respondo escuetamente, pues no estoy ya acostumbrada a que se interesen mucho por mis historias y creo que hasta aquí ha llegado todo. Pero Inés y Helena me bombardean a preguntas: “¿Dónde?”, “¿Cómo?”,“ ¿La desencantaste?”, “¿La salvaste?”.

Entonces inicio mi relato y vienen a mi mente recuerdos que creía dormidos:

Tendría yo algún año más que Adrián. Acudí con mis amigos al bosque, todavía no estaba de novia con vuestro abuelo. Adrián, no pongas esa cara, te prometo que esto no va a ser un relato romántico. Antes del baile en la plaza, nos reunimos todos junto a la hoguera, algunos lanzaban objetos al fuego, para deshacerse de los malos recuerdos. Otros nos atrevíamos a saltar de lado a lado para pedir un deseo. Tras mi turno, comencé a sentirme mal. No sé si fue el calor del fuego, el vino que había tomado antes y al que no estaba acostumbrada…  El caso es que le dije al resto que necesitaba apartarme un poco, que me diera el aire.

Con el malestar debí desorientarme y me perdí entre los árboles. Llegué casi hasta el río. Quería volver, pero no lograba ubicarme. Me acerque a la orilla y me lavé la cara con su agua fría. Cuando me incorporé, la vi. Era más bajita que yo, rubia, con el pelo largo, hermosa. Llevaba un vestido blanco largo e iba descalza. No podía dejar de mirarla, me tenía embrujada…

De lo demás no me acuerdo. Cuando llegaron los primeros rayos de sol, me desperté. Estaba tendida en el césped. A lo lejos escuchaba mi nombre. Me había pasado la noche perdida y debí quedarme dormida, los amigos anduvieron buscándome. Después me di cuenta de que llevaba una pulsera de hilo en la muñeca. Recordé que la leyenda hablaba de que las Xanas llevaban consigo una madeja de hilo y que buscaban quien les ayudara a desenredarla.

Cuando concluyo mi anécdota, Inés y Adrián se marchan a la cama. Inés parece cansada, Adrián, decepcionado. Supongo que esperaba más de esta historia. Pero no me siento capaz de contarles que sí recuerdo más de aquella noche.

Helena se queda conmigo recogiendo.

—Güela…—me llama y hace una larga pausa, como si no supiera cómo seguir—la Xana… No era un hada, ¿verdad?

Me pilla por sorpresa y le digo que entiendo que suene fantasioso, pero que de verdad la vi.

—No, no digo que lo que viste en el bosque no existiera. Sino que fue una persona, no una ninfa —insiste—. No debí hacerlo, pero cuando subía a la buhardilla a por las sillas, tiré una caja sin querer  y cayeron unas cartas, atadas con una especie de pulsera de hilo… No las leí todas, pero sí las suficientes para saber que aquella mujer y tú… “Tu Xana”, firmaba en todas y aquellas cartas comenzaron un día después del 24 de junio.

—Quería contaros la verdad, pero conforme llegaba el momento, me iba acobardando.

—¿Quisiste al abuelo?

—Oh, claro que sí. Tu abuelo era un hombre bueno, era fácil quererle. Pero no logré amarle…Él nunca supo nada, pasó tiempo antes de empezar nuestro noviazgo.

—¿Y tu Xana y tú nunca pensasteis en intentarlo?

—No éramos tan valientes. Eran otros tiempos, vivíamos en pueblos donde todo se sabe. Tu abuelo apareció justo cuando llegaron las dudas y al final cada una emprendió su camino. Pero nunca la he olvidado. Fue mi gran amor.

Helena no sabe qué decir. Nos damos las buenas noches y nos vamos a la cama. En sus ojos he visto comprensión. Decido que mañana, aunque ya no sea una noche mágica, volveré a reunirles en el jardín, y esta vez sí, les contaré la verdad sobre mi Xana, quien no me dio grandes riquezas, pero sí me entregó el gran tesoro de un amor puro y sincero.

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