"Courage is the most important of all the virtues because without courage, you can’t practice any other virtue consistently.”
― Maya Angelou
—Un día —dijo en un susurro Malick, al
tiempo que despertaba a Badou con un beso en la mejilla. Llevaba diez días
haciendo de despertador con la cuenta atrás para la fecha fijada.
Badou no era una de esas personas que
se despertara con energía y buen humor, así que, el hecho de que, al menos, le
dedicara una sonrisa era, a su manera, una devolución de ese cariño.
Malick lo conocía mejor que nadie, por
eso esperó a que Badou hubiera terminado
su taza de café para hablar de los asuntos que todavía quedaban pendientes, ya que así estaría más receptivo.
—Mi hermana irá a recoger los trajes.
Mi madre se encargará de recibir a los del catering para que coloquen las
cosas. Y yo hoy quería pasar a despedirme de los chicos, ¿te importaría ir tú a recoger los anillos? —explicó Malick.
—No, claro, lo haré yo —contestó, en un
tono bastante seco, Badou.
—Cuánta emoción en un novio el día
previo a su enlace…— apuntó Malick con ironía.
—Perdona, es que esta semana no he
dormido bien. Deben de ser los nervios y ya me conoces cuando no descanso.
Badou dijo una verdad a medias. Era
cierto que llevaba varias noches sin poder conciliar el sueño. Pero no por los
nervios. No podía evitar pensar en sus padres. Mientras Malick, pese a las reticencias
iniciales, contaba con el apoyo de su familia, él ni siquiera se había atrevido
nunca a contárselo. En las breves llamadas que realizaba a su país, omitía
siempre esa información. También sus vidas habían sido bien distintas.
Malick era español de nacimiento,
apenas unos meses después de su llegada a España, su madre dio a luz. Un par de
años después, llegó su hermana. Los padres de Malick habían trabajado duro
hasta que lograron establecer su propio comercio y parecían haber consolidado su
hogar y felicidad, aunque la vida de una familia de origen senegalés en España nunca era
sencilla, especialmente con la radicalización de los últimos
años. Tras más de veinticinco años en el país, sufrían a menudo rechazo y ataques xenófobos. Malick había establecido un círculo de amigos en el
colegio que todavía conservaba. No le costó asumir que le atraían los hombres
y, aunque a sus padres sí les supuso un rechazo al principio, acabaron asumiéndolo cuando
entendieron que si no lo hacían, corrían el riesgo de perder a su hijo. Malick sintió
que debía hacer algo para ayudar a aquellos que, como sus progenitores,
llegaran en busca de una vida mejor y que sufrían las consecuencias del racismo y el rechazo. Por ello se unió a una asociación de ayuda
al colectivo de inmigrantes. Y ahí conoció a Badou.
Badou recordaba estos días, más que
nunca, su llegada a España hacía dos años. El viaje fue arduo. El inicio en el nuevo país, duro: desconocía el
idioma, sufrió el desprecio de los autóctonos y se sintió solo. La vida en
Europa no era como se la habían pintado cuando invirtió todos sus ahorros para
llegar aquí.
La asociación fue un gran soporte y la
presencia de Malick suavizó sus miedos. Pronto se hizo evidente que entre ellos
había algo más que una relación de ayuda y respaldo. Para Badou no era tan
sencillo. Mientras Malick se había criado en un país donde se permitían los
matrimonios entre personas del mismo sexo y sus padres le habían aceptado;
Malick venía de una familia demasiado tradicional y de un país donde la
homosexualidad solo era apoyada abiertamente por un tres por ciento de la
población y que, además, estaba penada
por ley. Hasta que conoció a Malick, no fue capaz de asumir su sexualidad, pero
este fue paciente y su gran apoyo para superar la doble discriminación a la
que podía ser sometido.
Primero llegaron las escapadas,
después la convivencia y luego, medio en broma medio en serio, Malick propuso
formalizar su relación. Y ahora se acercaba el día en que se unirían
legalmente. La celebración iba a ser íntima: la familia de Malick, sus amigos
de toda la vida y algunos amigos en común.
Badou no podía evitar sentir una
mezcla entre alegría y tristeza. Sabía que estaba enamorado de Malick, pero
comparaba las vidas de ambos y siempre se sentía inferior. En desventaja porque aún se sentía apartado y por no tener
el coraje que sí tuvo su prometido para hablar con su familia.
Cuando regresó de recoger los anillos,
descolgó el teléfono. Marcó el prefijo de Senegal y se dispuso a llamar a sus
padres. Le atendió su madre. Tras una conversación sobre las clásicas
preocupaciones de una madre –que si estás comiendo bien, que si aquí el calor
es insoportable, cómo lo lleváis por allí, qué tal el trabajo…- Badou decidió
poner en funcionamiento la virtud de la valentía.
—Mamá… Mañana me caso —explicó Badou
en wólof, el idioma mayoritario en la zona comprendida entre Dakar y Saint-Louis.
Por respuesta, su madre comenzó a dar
gritos de alegría. Cómo no lo había dicho antes. ¿Quién era ella? Por fin su
hijo iba a formar una familia, tener hijos…
—Con un hombre, mamá —interrumpió las palabras
de júbilo de su madre que, antes de colgar, le pidió que no volviera a llamar
nunca más y que, jamás se le ocurriera contárselo a su padre.
Cuando Malick regresó a casa, se
encontró a Badou tumbado en la cama, completamente a oscuras, con los
pantalones del pijama, sin la parte de arriba, como solía dormir. Pero era
demasiado temprano para irse a dormir. Algo no iba bien.
—Badou, ¿qué pasa?
No obtuvo respuesta, Badou ni se
movió.
—Badou, por favor, mírame —insistió,
temiendo lo peor—. No habrás pensado otra cosa…
Entonces, su novio se puso de pie
frente a él. Badou acercó su cabeza a la de Malick y, tras besarle dijo:
—Daama la nob*.
—Daama la nob —repitió Malick.
Sabía que, aunque el dolor por el
rechazo definitivo de su familia perduraría para siempre, junto a Malick ese
sufrimiento sería mitigado.