La promesa

 
“Aging is not lost youth but a new stage of opportunity and strength” 
(Envejecer no es perder la juventud, sino una nueva etapa de oportunidad y fuerza) 

– Betty Friedan.

Este relato forma parte de una colaboración con Maribel (Dos y veintidós)

A Alexander le gusta sentarse frente a la ventana cuando llueve, ver las gotas finas caer y los cristales empañarse poco a poco, hasta que ve difuminado el edificio de enfrente. No está solo, nunca lo está. Ella se encuentra junto a él.

—Te voy a llevar a ver el mar. No me mires así, que es verdad. Sí, sí... Ya sé que en Alemania llueve hasta en agosto. Pero te voy a llevar al Mediterráneo. Te lo debo. El dictador ya hace tiempo que falleció. Acordamos que volverías cuando eso sucediera. La vida, el trabajo, los hijos, los nietos... En fin, lo fuimos aplazando. Pero ya no más. Ya es hora. Pues claro que me acuerdo del día que te conocí. Estabas tan delgada… Me llamaste la atención desde el primer momento. Resbalaste y te ayudé, aunque tú nunca has necesitado ayuda. Eres tan fuerte… Llovía, como hoy. Nos pilló a los dos lejos de lo que conocíamos como hogar. Tú huías de una guerra ya terminada, y yo de una que comenzaba. Quizá eso ayudó a unir a un alemán y a una española que al principio hablaban por señas.  Al final pudimos volver a mi casa. Pero nunca a la tuya. Y te prometí que iríamos en cuanto fuese seguro. ¡Ay, Isabel! Ya, ya lo sé, te encantaba ir a la playa, sentir la arena, el mar… y aquí todo eso no es igual. No creas que yo no tengo ganas de conocer aquello, que me enseñes tus rincones. Claro que todo habrá cambiado. ¿Qué esperas después de 50 años? ¡50! Se dice pronto. ¿Qué cosas tienes? Ni uno solo de esos años me he arrepentido de nada. Pero ha pasado todo tan deprisa, me siento tan viejo y cansado… ¿Cómo era eso que te gustaba decir? ¡Ah, sí! Que envejecer te daba nuevas oportunidades. No sé yo qué pensarás ahora sobre eso… Claro, claro que hemos aprovechado la vida y que hemos sido felices, pese a nuestras historias anteriores. Pero siento que nunca he logrado cumplir. Por eso, ahora puedes creer en mi promesa, aunque sea lo último que haga, la llevaré acabo. Ya, ya sé que tú no me reprochas nada nunca, porque eres toda bondad, pero sé que tienes esa espinita clavada. Vale, toda la razón, no dejo de hablar y ya es tarde. Buenas noches, cielo. Que descanses.

***

A la mañana siguiente, Alexander acude a la agencia de viajes situada al final de su calle. Compra un billete de avión para Valencia, en el primer vuelo disponible del próximo día.

—¿Únicamente de ida?—Pregunta el chico de la agencia. Alexander asiente—. ¿Viaja usted solo?

—No, mi mujer viene conmigo. Pero ella no necesita billete.

Al regresar a casa, Alexander se acerca a la estantería del salón, la que fueron llenando con libros y álbumes de fotos familiares con el paso de los años. Y en la primer balda, un hueco especial, del que Alexander coge algo con ambas manos.

—Mañana cumpliré mi promesa, nos vamos a España, vas a estar en el mar, esta vez para siempre— susurra Alexander mientras abraza la urna que contiene las cenizas de Isabel.