Martín y el rey loco

 
“Alone. Yes, that’s the key word, the most awful word in the English tongue. Murder doesn’t hold a candle to it and hell is only a poor synonym.”
(Solo. Sí, esa es la palabra clave, la más horrible palabra en la lengua inglesa. La muerte no le sostiene ni una vela y el infierno es únicamente un pobre sinónimo) 
― Stephen King

 

El cielo está despejado y se agradece el sol dulce de mayo. Resulta una suerte la ausencia de nubes, sobre todo teniendo en cuenta que se encuentran  en Alemania. Martín no deja pasar la oportunidad de recordárselo al grupo de turistas que le acompaña hoy en una de sus visitas guiadas. Toca descubrir el castillo de Neuschwanstein, al sur de Múnich, cerca de la frontera con Austria.

El Castillo de Neuschwanstein se empezó a construir en 1869, pocos años después del  ascenso al trono de Luis II de Baviera, conocido como “el rey loco”—comienza Martín la explicación desde el puente Marienbrücke, donde se puede contemplar el castillo emerger del desfiladero a los pies de los Alpes Bávaros—. Sin embargo—prosigue el guía—, Neuschwanstein nunca llegó a ser el lugar soñado por Luis II, ya que las obras se retrasaban y los costes se elevaban más de lo previsto. De hecho, durante su vida vivió allí apenas unos 170 días en total. Para su muerte, en 1886, la construcción no estaba finalizada.  Aunque Luis II ideó este castillo como lugar de retiro y desconexión, pues el edificio no cuenta con estancias para invitados, tras su fallecimiento, la familia sufragó las deudas gracias a las visitas, que pueden superar el millón por año. Nada de lo que Luis soñó.

Una de las chicas del grupo levanta la mano. Martín percibe algo familiar en su rostro, que no logra descifrar. Él espera una pregunta sobre la locura del rey, pues suele ser el aspecto que más llama la atención en sus relatos. Del monarca circulan numerosas historias relacionadas con su personalidad perturbada, su actividad sexual o sus extravagancias. No obstante,  la muchacha se interesa en por qué el rey decidió construir este castillo, si en aquellos tiempos ya no eran necesarios desde el punto de vista estratégico. A Martín le sorprende la contextualización, propia de una persona que sabe algo de Historia.

—¿Por qué? Supongo que salta a la vista—responde Martín—. Luis II, que desde niño soñaba con grandes héroes de leyenda, fantaseó siempre con ser un rey de cuento de hadas. Y todo monarca necesita un castillo, así que en sus primeros años de reinado mandó construir este lugar. Aunque no fue el único, sí es, seguramente, el más impresionante. La construcción nunca terminaba porque siempre hallaba en sus lecturas algo que quería añadir para que fuese el palacio de fantasía que anhelaba.

Cuando la ruta concluye, queda tiempo libre hasta que pase el siguiente autobús que les lleve a la estación de tren en el que los turistas regresan a la ciudad donde tienen el hotel, la mayoría en Múnich. Martín les recomienda aprovechar el buen tiempo para pasear por los aledaños del castillo. Él adora el lugar, pero cansado de visitarlo casi a diario, decide alejarse de los turistas y tomar un café en la pequeña cafetería de Schwangau, el pueblo a los pies del castillo.  Se sorprende al ver, junto a una de las cristaleras de la cafetería, a la chica que hace un rato le ha hecho tan curiosa pregunta.

—Espero que te haya gustado la visita —dice Martín cuando pasa por su lado. La chica, por respuesta, le sonríe y le invita a sentarse al otro lado de la mesa. Martín acepta, pues se muere de ganas por averiguar más sobre ella.

— Oh, la explicación de todo el recorrido ha sido muy interesante, lo que no imaginé es que acabarías contando la historia de los castillos de Alemania.

A Martín le pilla completamente por sorpresa este comentario. Intenta, de nuevo, ubicarla. Pero no lo consigue. Ella decide darle una pista.

—Veo que tienes mala memoria o que tal vez ni siquiera reparaste en mí en su día. Paula, licenciada en Historia por la Universidad de Valencia, en el 2012.

Pues claro que es historiadora como él. Es más, graduada en su misma universidad y en su misma promoción.  A la mente de Martín llegan los recuerdos de años atrás, cuando estudiaba con esperanza unos estudios que todos sus allegados veían sin futuro. Después descubrió que no sería tanto la carrera en sí, sino la época que le tocó vivir, donde la crisis se cebaba con los de su generación, dando igual la preparación. Y en aquellos años en que todavía mantenía la ilusión, aparecía Paula. No habían pertenecido al mismo círculo de amigos, puede que hubieran intercambiado apenas dos enunciados en todos los años de carrera,  pero no dejaba de resultarle simpático el encuentro años después.  

—¡Claro! ¡Paula Cebrián!—responde tras un rato ausente—Pues sí… me vine a Alemania, con la esperanza de encontrar alguna universidad donde colaborar, pero sólo enganché trabajos de repartidor, de lavaplatos, de limpiador… mientras me hacía con el idioma, hasta que un compañero me dio la idea de hacerme guía. No es que mi especialidad fuese la historia de Alemania, pero al menos preparar las rutas me resultaría interesante. ¿Y tú? ¿Qué haces cuando no estás de vacaciones en tierras germanas?

—Has dado por hecho muy pronto que estoy de vacaciones. En realidad son mis padres los que lo están. Han venido a verme. Decidimos hacer varias visitas guiadas, y una ha sido esta. Cuando te vi, me sonabas. En cuanto te presentaste, caí en quién eras. Mi vida aquí no ha sido muy distinta a la tuya. ¿Vives en Múnich? Buena ciudad para sentirse solo, ¿eh?

Sí, ambos viven allí. Y Martín está de acuerdo con la sentencia de Paula. Desde que vive en Alemania, ha sabido lo que es sentirse solo, y la ansiedad que crea pensar que si te quejas, tus familiares y amigos te tomen por débil, pues ¿qué más quiere? A veces se siente como el rey loco, de quien corrían cientos de mitos, pero nadie se paraba a pensar en cómo se sentía él realmente, qué parte de verdad había en todo aquello. En el poco rato que ha estado con Paula, comprende que ella siente lo mismo.

Toca despedirse, porque el autobús está a punto de llegar y Martín aún tiene que recibir a otro grupo de visitantes. Pero acuerdan que quedarán. Y ese día, los dos se irán a dormir un poco más tranquilos, pensando que han encontrado, por fin, a alguien que les va a comprender.