Ida

 
“There are darknesses in life and there are lights, and you are one of the lights, the light of all lights". 
(Hay oscuridad en la vida y hay luces, y tú eres una de las luces, la luz de todas las luces)

― Bram Stoker

Año 1870

—¡Ida!—una voz lejana le llamaba. Probablemente fuese la hora de cenar. Pero la pequeña Ida acostumbraba a apurar hasta el último minuto. Cuando terminaba todas sus labores, solía escaparse por una hora, el tiempo en que se preparaba la cena. Le gustaba escabullirse entre los árboles del bosque más cercano. Le encantaba ver la luz de la luna colarse entre las copas de los árboles de los bosques del Mississippi mientras pensaba en lo distinto que podría ser todo. Diferente si sus padres no hubieran sido esclavos. Distinto si no les discriminaran constantemente por ser de color. Pero en ese ratito a solas, conseguía olvidarse de todo, del duro trabajo, de las penurias, de las miradas, de las humillaciones.

-¡Ida! Hoy no estoy para esperar. O vienes ya, o te quedas sin cenar —era un ultimátum, y sabía que más le valía obedecer. Así, Ida se levantó del suelo, sacudió su vestido y se dispuso a caminar hacia la cocina desde donde su madre había gritado.

***

Año 1884

Ida despertó de pronto. Había vuelto a soñar con su niñez. Últimamente le ocurría a menudo. Ahora vivía en Memphis, pero su corazón seguía en los bosques de Holly Springs, donde se había criado con sus seis hermanos. La vida no era fácil para una familia descendiente de esclavos que había adquirido la libertad recientemente. Pero se mantuvieron siempre unidos. Hasta que, a sus dieciséis años, Ida sufrió la pérdida de sus padres y uno de sus hermanos, a causa de la fiebre amarilla que asolaba el sur del país. Ida se hizo cargo de sus otros cinco hermanos. Marcada por las consecuencias de la segregación racial, decidió que quería aportar su granito de arena para combatir la situación y se inclinó por la enseñanza. Pero pronto descubrió que, pese a amar la profesión y entregarse plenamente a ella, tampoco en la escuela escaparía de la discriminación, ya que cobraba tres veces menos que las compañeras blancas. Necesitaba hacer algo más, por lo que empleó la escritura para denunciar la discriminación racial a través de diferentes artículos en diversos diarios.

Ida todavía trataba de ubicarse, tras el desconcierto propiciado por el sueño anterior, cuando un revisor del tren se dirigió a ella sin ninguna educación.

—¡Fuera de aquí! Debes ir al vagón contiguo.

Ida no entendía nada. Miró hacia la puerta que comunicaba con el otro vagón, y comprobó que se trataba del coche para fumadores, que además parecía estar lleno. Todavía le quedaba un buen rato para llegar a su destino, no le apetecía nada estar rodeada de humo, ni tener que quedarse de pie cuando no veía el problema en quedarse donde estaba. Claro, que sí conocía cuál era el problema para los demás: su piel. Por respuesta, Ida negó con la cabeza.

—Vamos, levántate, no lo hagas más complicado. Hay un señor que va de pie, no esperarás que le dejemos ir todo el trayecto así mientras tú vas cómodamente sentada.

—Cuando he subido, no había nadie en este asiento, por el que, además, he pagado. No tengo por qué cederlo y menos para irme a un vagón lleno de gente y humo —replicó ella, lo más calmada que pudo.

—Muy bien, usted se lo ha buscado—respondió malhumorado el revisor que, a continuación, salió del vagón.

Ida preveía, por experiencia, que la cosa no iba a quedar ahí. Estaba nerviosa, había actuado con valor, sí, pero todo acto valeroso, especialmente si eras de color, tenía un alto precio. Y entonces supo cuál era, estaban en la siguiente estación y el revisor regresó, esta vez acompañado de otros dos hombres. El revisor señaló en su dirección, y los otros dos, sin mediar palabra, se acercaron a ella, la levantaron en volandas y la dirigieron a la puerta. Ida podría haber pataleado, podría haber gritado, podría haberse defendido. Pero conocía que de poco serviría y no haría más que agravar la situación, y más teniendo en cuenta que todos los viajeros habían escuchado al revisor y ninguno había alzado la voz en su defensa.

Ida se dirigió al tablón de horarios, para comprobar cuándo podría coger el siguiente tren. Todavía quedaba más de una hora, así que, se sentó a esperar. Y entonces comenzaron a llegar las palabras a su mente. Indudablemente iba a escribir sobre ello y, por supuesto, aquello no iba a quedar así. Ya estaba harta de ceder. Pensó también en su madre y en lo que le repetía a menudo: “La vida es dura, muy dura. Especialmente para nosotros, ya lo sabes. Pero un acto, una pequeña acción, puede aportar algo de luz en esa oscuridad”. Y ella sentía que acababa de emitir un poco de luz con su negativa a levantarse. Ida Bell Wells  seguiría iluminado toda su vida, porque no lo sabía, pero ella era la luz de todas las luces.

***

Nota: Ida B. Wells se adelantó 71 años a Rosa Parks, conocida por negarse a ceder su asiento “para blancos” en un autobús en 1955. Sin embargo, la hazaña de la primera es menos conocida. Este relato es una interpretación propia del acto de Ida B. Wells en Mississipi. Sus recuerdos de infancia son ficción, pero no los orígenes ni la historia de su familia, ni lo que ocurrió en ese tren. Tras lo sucedido, denunció a la compañía de ferrocarril y ganó. Sin embargo la empresa apeló y el fallo fue invertido. Wells dedicó su vida a la enseñanza y a la escritura, procurando combatir la discriminación racial, así como defender los derechos de la mujer, llegando a ser copropietaria de un periódico y cofundadora de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color. Los actos de Wells fueron muchos, así que espero que con este relato os animéis a conocerla un poco mejor. Yo la descubrí gracias al libro ‘Rejected Princesses’, pero en la red hay mucha más información.