Juanjo

 




"Qué raro son los recuerdos que nos hacen disfrutar de una felicidad de la que no nos dimos cuenta y con la que fuimos felices".

-Elvira Lindo

Este relato forma parte de una colaboración con Maribel(Dos y veintidós)

— Sí, que no pasó nada raro, que todos se llevaban bien, que nadie tenía motivos… Eso ya me lo has dicho mil veces. Ahora me gustaría la verdad —. La inspectora Ábalos comenzaba a perder la paciencia. Tras más de dos horas de interrogatorio ya había agotado todos los recursos posibles: la simpatía, el enfado, la psicología inversa, jugar a ser comprensiva, a ponerse en el lugar de la víctima… Pero nada de ello resultaba. En la sala contigua, su compañero interrogaba a otro de los, hasta ese momento, testigos. Pero ella tenía un pálpito. Ábalos era conocida entre sus compañeros por ser la mejor en los interrogatorios, siempre conseguía doblegar a los sospechosos, incluso a aquellos con más templanza y sangre fría. Si alguien escondía algún secreto, Ábalos lograba sacarlo a luz. Pero esta vez sus técnicas tardaban más que nunca en surtir efecto y, aunque nunca lo hubiera reconocido, comenzaba a dudar de sí misma. Definitivamente, necesitaba un descanso, quizá eso también ayudara a que la chica, que tras las últimas palabras de la subinspectora había seguido en silencio, recapacitara.

—Muy bien. Tomemos un descanso. Te traeré un café—volvió a jugar la baza de la simpatía. Entonces, sucedió.

—No fue planeado…

—¿Perdona?—replicó incrédula Ábalos, cuando estaba a punto de cruzar la puerta de la sala.

—Que todo eso que dijo antes, que si lo planeamos, que si lo llevamos allí para asesinarlo… No fue así.

La subinspectora volvió a sentarse frente a la interrogada, le cogió la mano y le hizo un gesto de afirmación, como invitándola a seguir.

—Juramos no hablar, pensamos que si nadie hablaba, no podrían construir la historia, se quedaría todo como un accidente. Pero no quiero que ninguno de nosotros quede como un asesino, porque no lo somos. No somos los malos de esta historia.

—Cuéntamelo todo, desde el principio.

Por fin había conseguido ganarse su confianza y no podía dejar escapar la oportunidad. Lo cierto es que los antecedentes le importaban poco, pero sabía que a la gente le gustaba relatar la historia completa, sentirse comprendida.

—Cuando terminamos la carrera, cada uno tomó un camino, se mudó a un lugar diferente… Nada extraño. Así que, decidimos que, al menos, una vez al año, nos reuniríamos para mantener vivo al grupo. Cada quedada se haría en la casa de uno de nosotros. La tercera tocaba en casa de Juanjo. Ninguno lo decía en voz alta, pero todos lo creíamos. Juanjo era odioso. Durante la universidad no era así, o no nos lo parecía. Claro, que ahora los problemas eran otros y echábamos de menos un tiempo en que no sabíamos que éramos felices, pero lo éramos. Juanjo cambió en cuanto nos graduamos, fue el único en encontrar trabajo de lo nuestro. Vivía un tren de vida muy diferente. Esa vez comprobamos cuan diferente había sido su trayectoria. Mientras el resto seguíamos conviviendo con nuestros padres o compartiendo pisos pequeños con desconocidos, trabajando en oficios temporales en restaurantes o tiendas; él nos llevó a su chalet. Vale, sueno a envidiosa… Seguramente lo sea. Pero creo que no lo habríamos sido tanto si no se hubiera comportado como un imbécil. Luis nos contaba que le habían utilizado en  la última empresa donde había trabajado para, después, despedirle de forma injusta, pero amparados por la ley. Fran nos relató que él y su novia habían decidido cortar, tras haber probado mantener su relación a distancia. Félix habló de que aquel era el último mes en que recibiría una prestación por desempleo, sin que otro trabajo hubiera aparecido y de la posibilidad de marcharse del país. Y Sergio y yo comentamos lo difícil que se nos hacía encontrar un piso para convivir en una ciudad donde los precios del alquiler no resultaban compatibles con los sueldos base. Parecía una reunión de quejas. Pero en realidad, nos servía para animarnos los unos a los otros, para hablar de cómo nos entendíamos, porque habíamos aspirado a lo mismo en su día. Y después de la sesión de “desgracias”, hacíamos borrón y cuenta nueva y comenzaba la fiesta, las risas, el recordatorio de anécdotas pasadas… Pero Juanjo era incapaz de empatizar. Queríamos pensar que no lo hacía con maldad, pero con el paso del tiempo nos costaba más aceptarle. Encima, el estar en su casa no hizo más que acrecentar el problema. Sus comentarios se volvían cada vez más impertinentes. Lo peor llegó con las copas post-cena. Luis anunció que se marchaba a un hotel. En teoría íbamos a quedarnos todos en la casa, pero debió agotarse su paciencia. Fran anunció que le acompañaba. Sergio y yo nos miramos sin saber qué hacer. Entonces sucedió todo muy rápido. Juanjo volvió a burlarse de todos, que si éramos todos unos patéticos, unos llorones que sólo sabíamos quejarnos de su situación pero que nos atrevíamos a arriesgar, que él lo hizo al montar su propia empresa… Y en cuanto a las chicas, lo mejor era no comprometerse. Como hacía él. Una cada noche. Como conmigo… —aquello último lo dijo entre lágrimas.— Había sucedido durante la universidad y nadie hasta ese momento, salvo nosotros, lo sabía.  Sergio se abalanzó sobre Juanjo y le pegó un puñetazo. Juanjo perdió el equilibrio y todo lo que sé es que de pronto estábamos los cinco rodeando un cuerpo lleno de sangre, el golpe debió ser fulminante. Fue un accidente. Sergio no quería matarle. Sin embargo, dedujimos que con la autopsia se vería que Sergio le había golpeado, hilarían, buscarían un móvil: que le habíamos pedido dinero, que queríamos robarle… Así que, decidimos que lo mejor era largarnos y borrar cualquier pista que nos situara allí, guardar silencio y no reconocer nunca que le habíamos visto esa noche. Nos asustamos…

—El miedo nos hace cometer errores. Juanjo no murió con el golpe, pero sí desangrado. El accidente no habría sido delito si hubiérais pedido ayuda, pero sí la omisión de socorro —apunto Ábalos.

—¿No murió en el acto? —preguntó entre lágrimas.

—La autopsia, esa que creíais que os culparía, lo ha hecho…

La subinspectora salió de la sala de interrogatorios, se reunió en el pasillo con sus compañeros. Todos habían terminado contando la verdad. Ábalos sintió una profunda pena por ellos. Había investigado crímenes horribles en todos sus años de carrera. Pero este había sido uno de los más estúpidos e innecesarios. No eran asesinos, lo habían sido sin quererlo y el golpe les pesaría más a ellos que a su amigo. Ella misma habría pegado aquel puñetazo a Juanjo si hubiera sido una de ellos.