Paula

 



Sentimiento: Soledad.
Color: Gris.

Este relato pertenece a una colaboración con Maribel (Dos y veintidós) y Carmen (Preciso desorden)


Decido salir y atravesar el gran parque. Por lo general, me gusta caminar por aquí cuando necesito despejarme. Lo prefiero cuando hace frío, porque me ayuda a alejar de mi mente los pensamientos negativos. Y, sobre todo, porque el parque suele estar vacío. Ver a parejas paseando, gente con sus niños o amigos charlando entre risas; me hacen recordar por qué he necesitado salir de casa.  No es que desee el mal de nadie, ni muchísimo menos. Pero lo que menos necesito ahora es recordar todo lo que yo no tengo.

Así que, hoy es un día perfecto. La niebla hace que pocas personas se hayan animado a salir a pasear o a hacer deporte. A mí me relaja el viento helado, la humedad en la cara…

ÉL solía burlarse de mí. “A nadie le gusta el frío. Si es que eres rara hasta para eso”. Durante años, me hizo sentir que cualquiera de mis decisiones o gustos, estaban equivocados. En parte tenía algo de razón. ¿Cómo podía elegirle una y otra vez? ¡No! Debo alejar esa clase de pensamientos. No puedo seguir culpándome. El villano era ÉL. Eso trabajo ahora en terapia, pero todavía sigo en el camino de interiorizarlo.

Una pareja de corredores se para frente a mí. El chico le dice algo y ella ríe. Aunque no alcance a oírlos, me imagino que está coqueteando con ella. Quizá haga poco que se han conocido, tal vez entrenen juntos y haya saltado la chispa. O, simplemente, son sólo amigos y mi mente quiera recrear, en otros, esa sensación dulce que viví. Porque sí, antes del horror, hubo luz. Sucedió que esa luz se fue haciendo poco a poco más tenue, hasta que se apagó sin darme cuenta.

—¡Paula! —Alguien grita mi nombre. No puede ser, evito siempre las horas de máxima afluencia, precisamente para evitar esto.

Me giro y observo cómo viene hacia mí una mujer en chándal, tirando de la correa que sujeta a un perro negro y pequeño.

—¡Ay! ¡Cuánto tiempo! No te hacía por aquí. ¿Cómo estás? —pregunta con un tono de alegría que me crispa. Es Lorena, una compañera de carrera. No era de mis amigas más cercanas, pero sí lo suficiente como para que fuera a mi boda. Otros me llamaron, aunque yo ignorara las llamadas. Con ella, simplemente perdí el contacto después de salirme del grupo de WhatsApp de clase. Me bastó con un “Chicos, no tengo mucho tiempo de mirar el móvil y me saturo con tanto mensaje”. Algunos intuyeron lo que pasaba. Que  ÉL no me dejaba usar el teléfono, así que, tras mi silencio, los hubo que hasta se presentaron en mi puerta. Lo intentaron. Pero ya era tarde. ÉL había logrado su propósito. Me quedé sola sin saberlo. Ya sólo me fiaba de ÉL. Todos buscaban romper nuestra preciosa historia; desde mis padres, hasta mis amigos. O eso llegué a creer. Y así, mi círculo se redujo a ÉL. Me creí que era el único capaz de cuidarme, de aceptarme y de quererme. Lorena no lo supo, no éramos tan cercanas. Quizá por eso no me guardó rencor ni se enfadó tanto como los demás al ver cómo dejaba que me destruyera. Quizá por eso me saluda con tanta alegría, porque me recuerda en la época anterior a ÉL.

—Pues sí. He vuelto a casa—digo vacilando. Volví a casa de mis padres. Pero ya no la sentía mi casa. Necesitaba reconectar conmigo, encontrarme y hallar de nuevo mi sitio. Porque ÉL, aunque yo pensara en un tiempo que me lo daba todo, no hizo más que arrebatármelo.

—Tía, te iba a escribir cuando te saliste del grupo… Había rumores… Pero no sé, no éramos tan amigas y me daba palo… En fin, ahora te veo muy bien. ¡Jo, qué alegría!—dice con un tono que me parece muy sincero.

—¿Vives por aquí?—me animo a preguntarle, ignorando un poco el comentario sobre los rumores. Odio haber sido la comidilla de todos.

—Sí, muy cerca. Salgo por aquí todas las mañanas a pasear al perro. Bueno, hoy se me ha hecho tarde porque no me animaba con la niebla… Pero me alegra haber retrasado la hora.

Nos quedamos en silencio por un tiempo que se hace muy largo.

—Oye, ¿te apetece que te meta en el grupo otra vez? No somos tan pesados como antes, cada uno tiene sus rollos. Pero lo usamos para quedar. Los que seguimos aquí, mínimo nos vemos cada quince días, aunque sea para echar una caña rápida; y aprovechamos las fiestas para quedar con los de fuera.

Todavía no sé si me siento preparada para volver a la vida social. He empezado esta mañana pensando en lo mucho que me gusta la soledad de este parque, y la he acabado con la posibilidad de unirme a un grupo en el que habría seguido si ÉL no se hubiera cruzado en mi camino. Digo que sí, un poco por impulso. Tal vez sea el momento de empezar a recuperar poco a poco quien era.

Nos despedimos y sigo caminando. Me vibra el móvil. “Lorena acaba de agregarte a Los de la uni”. Todos me dan la bienvenida, me dicen cuánto se alegran de que vuelva… Nadie me echa nada en cara. No sé si pensarán o no que me equivoqué, pero me hace sentir algo mejor que ninguno lance reproches o preguntas que no deseo responder.

Guardo el teléfono. Salgo del parque y observo que empieza a levantarse la niebla. Pintaba un día gris. Como lo soy yo. Pero, de pronto, me doy cuenta de que aún estoy a tiempo de coger algo de sol.