Que vuelva la ilusión

 




“Esa ilusión con la que solías volver de las vacaciones, con ganas de trabajar, porque te gusta tu trabajo, y de volver a la rutina; este año no se está dando. La situación nos está desbordando”.

Así concluía uno de los últimos claustros que he tenido del centro educativo donde trabajo. Yo, que llevo pocos años en este mundo, podría suscribir esas palabras.

Volvemos con miedo. Sabíamos que “la tercera ola” nos iba a pegar en la cara a los miembros de la comunidad educativa, como a muchas otras comunidades, lo sé. No hablo sólo del miedo al contagio – que también-, sino al estrés al que nos vemos sometidos.

No podemos desatender a los alumnos confinados, por lo que nos conectamos vía telemática con ellos: correos con la tarea, los apuntes, las correcciones… Videollamadas para las explicaciones y dudas. Todo ello cuando la salud lo permite. ¿Cómo hacer que un alumno que sufre los síntomas más incapacitantes de la COVID no pierda el ritmo?

Para los que sí pueden seguir el ritmo, si decides no doblar turno mañana y tarde, optas por dar las clases online al tiempo que las das a los chicos del aula. Personalmente, siento que no explico bien ni a unos ni a otros. Las interrupciones se suceden: ahora se me ha caído la WIFI, ahora no me va el micro, ahora tengo que compartir la pantalla, ahora debo escribir en la pizarra, entonces los de casa no lo ven, enciende la aplicación para que sí, los de clase aprovechan para ponerse a hacer otra cosa… Y, de pronto, ¡el timbre! No llegamos. Terminar el temario es lo que menos me importa en este momento. Me da igual cumplir con el currículum que marcó el legislador de turno. Pero están perdiendo la oportunidad de debatir cara a cara, de comentar un texto entre todos, de perder la vergüenza al salir a exponer un trabajo… Y, más allá de eso, de ser adolescentes. De juntarse a almorzar en el recreo sin miedo, de compartir, de abrazarse, de jugar sin normas de distancia.

Después de ese desastre de clase, abres el correo, y te encuentras un nuevo listado de alumnos confinados. No sé mis compañeros, yo, egoístamente, siempre espero que ninguno sea “de los míos”. Porque me encanta dar clase, disfruto inventándome juegos con los contenidos de la asignatura, preparándoles esquemas o actividades, escuchando sus ocurrencias, sus respuestas que nunca dejan de sorprenderme… No es que haya perdido la ilusión. Esta ha menguado, ya que  se ha visto eclipsada por otros sentimientos negativos, como el miedo, la ansiedad o el estrés.

Me gusta ser profe.  Sin embargo, me gusta serlo presencialmente.

Adoro el contacto con ellos, verles la cara (o la mitad de ella, este curso), escuchar su risa cuando toca. Amo interactuar con ellos.  Al final ser profesora es eso, el contacto, el calor, el sentimiento de familia que se crea en el aula.

Sé que los padres y madres lo hacen lo mejor que saben o pueden. Soy consciente del miedo que sufren muchos al mandar a sus hijos e hijas al centro, muchas veces en un autobús escolar repleto. Sin embargo, no sé si son conscientes de que nosotros también lo intentamos con todas nuestras fuerzas. Para nosotros también es dura la exposición continua, las horas extras que nos toca echar -porque esas nunca se ven ni se reconocen- tener que reconvertirnos en enfermeras/os, rastreadores/as, youtubers, ases de las nuevas tecnologías o plataformas educativas y expertos en desinfección y limpieza de materiales. El pasado trimestre nos “apretaron” de tal manera, nos llegaron tantas  acusaciones de estar descuidando nuestro trabajo;  que algunos compañeros acabaron viéndose gravemente afectados a nivel anímico. Como en todas partes, los habrá que de verdad vayan al mínimo, pero puedo asegurar que somos muchos los que nos entregamos al 100 por cien, a veces hasta descuidando otras áreas personales. Antes, durante y después de los confinamientos. 

Por no hablar de la falta de empatía o apoyo de las administraciones...

No sé cuál sería la solución a todo esto. Este sólo era otro texto, otras palabras, una simple reflexión que necesitaba echar fuera; deseando, simplemente, que vuelva la ilusión por desempeñar una profesión que, aunque descubrí tarde, me parece de las más agradecidas y bellas que existen.


FOTO: Sorpresa de los alumnos de mi primer destino en mi cumpleaños.