Ana

 



Sentimiento: Euforia.
Color: Granate.

Este relato pertenece a una colaboración con Maribel (Dos y veintidós) y Carmen (Preciso desorden).

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Yo era una adolescente insegura  la primera vez que subí a la noria de la feria de mi ciudad. Hasta los quince años, me había aterrado la idea de llegar tan alto. En general, no era una persona muy lanzada. Pero no hay nada como tener que demostrar, delante de tus compañeros de instituto, que no eres una “cobardica”, para animarte a hacer algo que en otras circunstancias no harías.

Muchos años después, recuerdo aquel día con nitidez. No por el miedo que pasé cuando la noria echó a rodar. Sino por la persona que me hizo sentir mejor en aquel momento y que cambió mi vida para siempre.

Éramos siete en la pandilla, y las cabinas de la noria acogían a cuatro personas. Por eso, nos dividimos en dos grupos. A mí me tocó en el de tres, así que, el encargado colocó junto a mí a una chica que subía sola. Llevaba un vestido granate que, después, se pondría siempre para conmemorar aquella fecha. Ninguno de mis compañeros se dio cuenta de lo que suponía para mí montar en cualquier atracción, y en aquella en concreto. En ese instante no fui consciente de que ella sí me entendía.

A mí me costaba pensar por qué alguien subía sola. Supongo que razonaba desde mi perspectiva de chica asustadiza, incapaz de llevar a cabo cualquier mínima aventura sin el empuje de otros.

Cuando la atracción arrancó, me agarré tan fuerte como pude a los barrotes de los laterales. Sentí casi angustia en la boca del estómago. Mis amigos miraban por las ventanillas, mostrando la sorpresa que les producía comprobar cómo la gente, los árboles, la tómbola y los puestos de la feria se hacían cada vez más pequeños. Sabía que yo no podía imitarles sin echarme a llorar. Cuando casi estábamos arriba, noté el calor de una mano en mi hombro izquierdo.

—¿Sabes qué me suele ayudar en estos casos? —preguntó la chica desconocida. —Gritar—prosiguió, tras comprobar que yo no podía ni hablar. —Prueba y verás cómo se escapan todos los males.

Por supuesto, no seguí su consejo.

—¡Aaaaaaaaaaah! —gritó entonces ella, provocando que todos le mirásemos atónitos. Lejos de avergonzarse, profirió un segundo y más estridente grito. Entretanto, volvió a acariciarme el hombro, sin dejar de mirarme a los ojos, como tratando de animarme a imitarla.

Segundos después, por fin, me uní a sus gritos.

—¿Qué haces, loca? —cuestionó uno de mis acompañantes. Pero los ojos marrones a mi lado me invitaban a seguir y a ignorar a mis amigos.

Así, en cada vuelta, cuando llegábamos a lo más alto, ambas gritábamos. Y, ciertamente, dejé de sentir miedo. Incluso me acercaba a la euforia.

Cuando la noria paró para dejar paso a los siguientes usuarios, y mis amigos comenzaron a alejarse del artefacto, yo me quedé junto a la chica.

—Gracias…—susurré aún insegura.

—Ana, soy Ana.

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—Ana… Vamos, despierta. ¡Maldita sea! —suplico desde el otro lado del cristal.

Hoy haces tres semanas en la UCI. Pero hoy es el primer día que me han dejado verte, aunque sea desde lejos. Las cosas empiezan a mejorar un poco, a nivel de cifras. Pero para mí sólo importa que tú despiertes. Eres la valiente de las dos. Sin embargo, entiendo que tuvieras miedo los primeros días de síntomas. Yo me hice la fuerte, porque era lo que necesitabas. Ahora soy yo quien no puede controlar su miedo...

—¡Aaaaaaaaaaah! —apenas lo pienso. Tú me enseñaste a soltar el miedo. Aquel día en la noria. Después, cuando no podía más con el trabajo o los problemas, me llevabas al campo, lejos. Para que pudiéramos soltarnos.

Hoy necesito expulsar este miedo. Quizá con mi grito te transmita que estoy aquí. Que no tengas pánico de abrir los ojos, que vamos a salir de esta juntas…

—¿Te encuentras bien? —me pregunta Rosa, la enfermera que te cuida, la que me llamaba cada día, sin tener por qué hacerlo, para comentarme cómo ibas, para tratar de tranquilizarme.

—Sí. Lo siento. Necesitaba... Lo siento­—no me atrevo a explicarle algo que únicamente tú y yo comprendemos.

—Quizá es mejor que vuelvas mañana. Verla así, en directo, te habrá impresionado… Vete a casa, descansa. Yo te informo de cualquier novedad.

Decido hacerle caso. Pero cuando arranco el coche no me dirijo a casa. Necesito seguir gritando.

Tal vez así, soltando el miedo, pronto despiertes.