Pablo



"La peor discriminación es contra los pobres, siempre lo es". Todavía era muy pequeño para comprender aquella frase que tantas veces le escuchó decir a su madre, pero ya sabía que ellos eran pobres, aunque ni siquiera supiera lo que era ser rico para poder comparar.

La primera vez que comprendió que era pobre fue en el colegio. Él tenía un único chándal. Nunca ponía el balón para jugar en el recreo, porque no lo tenía. Su madre le recosía una y otra vez las zapatillas. Llevaba bolis casi gastados, de los que donaban a la parroquia  de su barrio. Pero, hasta empezar primaria, pensaba que eso era lo normal para todo el mundo. No era así.

El peor día de todos llegó cuando se aproximaba la fecha del primer cumpleaños del curso.

—¿Qué hacéis?—preguntó un recreo en que todos hacían un corrillo del que él no había sido avisado.

—Nada que te importe—contestó Ismael, el niño que cumplía años.

Se apartó un poco, pero le dio tiempo a ver cómo Ismael repartía unas tarjetas al resto.

—¡Y no olvidéis el regalo!—exclamó Ismael al resto.

Así que era eso, como él no podía comprar regalos, porque en su casa apenas sabían lo que era, no podía participar de la fiesta.

Se marchó muy apenado hacia el columpio donde jugaba, a menudo, solo. Entendió entonces todas las cosas que le habían ido pasando aquellos meses…

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25 años después.

—¿Puedo pasar?—preguntó Ismael tras llamar a la puerta.

—Sí, adelante—respondió el maestro de su hijo.

—El motivo por el que le llamé es porque me preocupa el comportamiento de su hijo. He observado que se relaciona de una forma algo déspota con los demás.

—Tan solo tiene 6 años, por Dios.

—Sí, pero ya tiene comportamiento de líder. Algo que no sería malo, si no fuera porque decide quién puede jugar y quién no. Y siempre deja fuera del círculo a los alumnos con recursos más bajos.

—Cada uno hace los amigos que elige.

—No digo que sean amigos, pero sí que les trate con respeto. Como entenderá, no voy a tolerar en mi aula que se discrimine a nadie por su raza o condición económica. Por ejemplo, cuando fue su cumpleaños, invitaron a todos los niños de clase, menos a Mohammed y a Annia. No creo que fuese casualidad que los dos sean inmigrantes y con escasos recursos…

—¡No me va a decir usted a quién debo invitar en el cumpleaños de mi hijo!

—Por supuesto que no, sólo era un ejemplo de un comportamiento que debe de imitar de casa…

Entonces Ismael cayó en la cuenta. Le sonaban aquellos rasgos desde que comenzó la conversación, aunque no supo asociarlos. Ahora lo comprendía todo.

¡Pablo! ¡Eres tú! ¡Ya lo entiendo todo! Te quieres vengar.

—No te confundas, Ismael. No quiero vengarme.  Sí, tus continuos desprecios y el hecho de que arrastraras a los demás, me hicieron daño y definieron la persona que soy hoy día. Pero esto no va de vengarse. Va de que en cuanto vi lo déspota que era tu hijo y asocié el apellido al tuyo, comprendí que no hacía más que repetir un patrón. Lo único que deseo es que no existan más Pablos de 6 años que acaben pensando que valen menos por tener una situación diferente en casa. Quizá gracias a eso me hice maestro, porque sentía que era mi forma de contribuir a ello.

Ismael no supo qué responder. Se levantó y se fue sin tan siquiera despedirse.

Pablo escribió el acta de aquella reunión, la burocracia era lo que peor llevaba de aquella profesión. Sin embargo, se propuso que, ya que hablar con el progenitor no servía, trabajaría aún más en el aula aquellos aspectos. Pablo quería sembrar semillas. 

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Este relato pertenece al primer reto propuesto por Valiente Inspo en su 'Inspo Fest' de seis semanas. 
En esta ocasión, debíamos coger un libro, seleccionar una frase al azar y comenzar nuestro relato con ella. Además, el otro requisito era que todo el relato condujera al nombre del protagonista. 
Mi frase está extraída del libro Mujeres del alma mía, de Isabel Allende. 

Imagen destacada extraída de  Pixabay