Histeria



1902

Percibo la luz que entra por la ventana y entreabro los ojos. Me pesan y no puedo más que mantenerlos entornados. La claridad me molesta  y me hace ser consciente de lo mucho que me duele la cabeza. 

Tengo mucha sed, así que, trato de incorporarme para buscar agua. No puedo. Unas correas me sujetan por las muñecas a la cama. Intento gritar, pero tengo la garganta tan reseca y adolorida, que apenas me sale un hilo de voz. Parece que ya hubiera gritado mucho antes, pero no lo recuerdo. 

Tampoco reconozco la habitación de paredes blancas. No hay ni un solo adorno.


Ahora escucho el tintineo de unas llaves al otro lado de la puerta. Alguien gira la cerradura y entra. 

–Hora de la medicina–me dice  una mujer con un vestido azulado, un delantal blanco y un moño muy apretado. Parece una enfermera. Sin embargo, yo no estoy enferma, ni recuerdo que deba tomar ninguna medicación. Giro la cara cuando me ofrece una pastilla. 

–No seas rebelde o será peor… Y ya sabes lo que sucede cuando te niegas–trata de convencerme.


¿De qué habla? En cualquier caso, prefiero no comprobar a qué se refiere. Abro la boca y finjo tragarme la pastilla. Me inspecciona para comprobar si me la he tragado. La tengo bien escondida bajo la lengua. 


–Buena chica.– Parece que he logrado engañarla. 


Antes de marcharse, entra un señor de mediana edad con bata blanca. 

–Muy bien, ya está más calmada. El tratamiento surte efecto. Pronto podremos desatarte, en cuanto dejes de ser un peligro. 


No entiendo nada, pero su voz me hace recordar: eternas preguntas, baños de agua fría, llantos, dolor, pinchazos, aislamiento, electrodos alrededor de mi cabeza…


–¿Qué me ocurre?–consigo al fin alzar la voz. 

–Oh, veo que no lo recuerdas, eso significa que la terapia funciona. No te preocupes, querida. Tu marido te dejó en buenas manos y pronto podremos poner fin a tu histeria. 

Cuando sale y escucho cómo cierran con llave, escupo al fin la pastilla. Fingiré ser quien ellos quieren para sobrevivir. Pero no cederé. 

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Este relato pertenece al cuarto reto propuesto por Valiente Inspo en su 'Inspo Fest’.

Esta vez, el reto consistía en comenzar un relato donde el/la protagonista despertara atado/a a una cama que no es la suya y que tampoco reconoce. Para desarrollar la historia teníamos un límite de 350 palabras. 

Durante el siglo XIX y parte del XX era frecuente que se encerrara a mujeres sanas bajo múltiples pretextos en sanatorios mentales. Bastaba con la palabra del marido. 

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