Escucho mi nombre y el miedo me bloquea. No soy capaz de moverme. En la puerta de la celda ya forman fila varias mujeres cuyos nombres también se encontraban en la lista de hoy. Yo sigo quieta. Vuelvo a escuchar al guardia gritar mi apellido. Sé que será peor si me resisto. Pero mi cuerpo no responde. Algunas ya me han señalado. Temen que si no soy yo, lo sea una de ellas. Sabemos bien que poco les importa una que otra. Una compañera me pone una chaqueta como si fuera una niña pequeña. La otra me recoge el pelo con rapidez. Me besan en la mejilla y me cogen de las axilas. Me ponen en pie. Ordenan a las otras presas llamadas que me ayuden a llegar hasta el camión. Aunque mi cuerpo está parado, mi corazón late con extrema rapidez. Por mi cabeza cruzan decenas de pensamientos: mi familia, mis amigos, los hijos que nunca tendré, las experiencias que jamás viviré... Está amaneciendo cuando, tras escuchar un disparo, todo se funde a negro.
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