Damián

 


Este relato pertenece a un reto del club de escritura Nos pondremos en contacto contigo ,donde tiramos varios veces los dados y debíamos crear una historia con una de las combinaciones. Yo escogí la de arriba. 

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Aquel día, Damián ni siquiera debía estar allí, pero su conciencia obrera le impedía apartarse ni un solo momento de aquellas revueltas. Había apoyado como el que más la convocatoria de huelga, la situación en la mina era insostenible desde hacía tiempo y tenían que hacer algo para dejar de ser ninguneados. De nada habían servido las reuniones entre los representantes sindicales y los dueños de la mina. Los trabajadores sentían que ya no solo importaban poco sus salarios, sino también sus propias vidas. En los últimos meses, perdieron a una docena de compañeros. Una nota a las familias, un sobre con algo de dinero y eso era todo. Eso valía la vida de un minero; un puñado de billetes que desde luego no consolarían a las viudas y huérfanos.

Damián lo sabía bien. Uno de aquellos fallecidos fue Eladiu, su mejor amigo. Siempre se habían cuidado el uno al otro, desde que se hicieran amigos, casi hermanos, cuando la familia de Eladiu se mudó a la casa contigua a la suya. Sin embargo, poco pudo hacer por él cuando una de las paredes de la mina se desplomó. Damián se libró por escasos centímetros. Todavía sufre pesadillas en las que ve la nube de polvo con la que todo se fundió a negro y donde escucha el grito de Eladiu mientras quedaba enterrado entre rocas. Después, se despierta gritando el nombre de su compañero, como lo hizo cuando su voz se perdió en la gruta. Los que se mantuvieron en pie, tuvieron que obligar a Damián a salir de allí antes de que a corriera la misma suerte que su amigo. Pero él no lograba perdonarse el abandono allí abajo. 

No sucedió nada. Nadie buscó responsabilidades, nadie se preocupó por los heridos que fueron repuestos rápidamente por nueva mano de obra. Porque eso eran, simples manos.

Damián había tenido fiebre la noche anterior a las nuevas protestas. Se marchó a casa a descansar un poco, pero en cuanto escuchó por la radio que llegaban los militares, quiso volver. Manuela, su reciente esposa, no trató de detenerlo, sabía que de poco serviría, y ella compartía su misma conciencia. Su mujer formaba parte de los grupos de abastecimiento de la retaguardia. No obstante, sí mostró su preocupación cuando notó como a Damián le costaba mantenerse erguido:

—Creo que todavía tienes calentura —le dijo.—Ten cuidado ahí fuera, no creo que estés en tus mejores momentos físicos, muévete solo si es seguro —le instó.

Por respuesta, Damián la besó antes de salir, al tiempo que pensaba lo mucho que la amaba. La suya fue una relación atípica para la época desde el principio. Quizá por ello, pese a los años de noviazgo, el cariño seguía intacto. Supieron respetar sus espacios, al tiempo que construían el suyo propio. No necesitaban ningún papel, porque ellos ya estaban casados sin que nadie tuviera que oficiar ningún acto. Sin embargo, lo hicieron tras el fallecimiento de Eladiu.

Damián tenía miedo de que a él también le ocurriera algo y Manuela no tuviera derecho a nada.

Apenas se encontró gente por la calle. Todos tenían miedo de salir. Cuando alcanzó a sus compañeros, sintió que el malestar desaparecía. En frente, grupos de soldados armados. Todo sucedió muy deprisa: los disparos, el humo, el sonido que ametrallaba sus oídos. La adrenalina le impedía pensar. Cogió una de las armas y se limitó a disparar. Poco después, sintió cómo le flaqueaban las piernas, el ardor en sus párpados. Necesitaba retirarse, dejar el arma a otra persona, porque comenzaba a ser un estorbo. Cuando se puso en pie, se le nubló la vista, así que ni siquiera vio que al otro lado volvían a sus posiciones.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Levanta! —escucha que le grita Guillermo, otro de sus compañeros. Pero no es capaz de hacerlo. Siente un ardor en el pecho que poco a poco se convierte en un inmenso dolor. Trata de decirle a Guillermo que no hay remedio, que no cese la lucha, que mande recado a Manuela. Pero nada de eso le sale ya. Mira al cielo gris, y piensa en su esposa y el hijo en el vientre. Porque ella todavía no se lo contó, pero él ya intuía que eso era lo que tenía que decirle cuando se calmaran las cosas. La conoce lo suficiente como para vislumbrar que algo había cambiado. Hasta fantaseaba ya con llamar a su hijo en honor a su amigo.

—Manuela, Eladiu… —suspira antes de que se le escape la vida.

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Nota: Aunque no haya seguido rigurosamente la Historia (ni esto se base en hechos reales, ni era mi pretensión que así fuera), si pienso en mineros, me vienen a la mente en Asturias y los hechos acontecidos en 1934. Y de ahí ha nacido este relato.